Se pasan el primer día dando gracias a su dios por estar vivos. El dios que sea, cada uno al suyo, el cristiano o el musulmán. Lo que les urge es llamar a sus familias para decirles que están a salvo. Muy cansados y visiblemente desorientados, no saben cómo compaginar la alegría de estar en suelo italiano con la ansiedad que generan los grandes interrogantes que pesan sobre su futuro. Tienen prisa por empezar una nueva vida y son consciente de que solo unos pocos lo conseguirán.

Esta es la radiografía de los sin papeles recién llegados que hace Lorena Campolo, psicóloga del Centro de Acogida de Inmigrantes de Lampedusa (Italia), la isla más al sur del mediterráneo italiano que, desde que empezó junio, recibe diariamente un aluvión de inmigrantes clandestinos, generalmente subsaharianos, que llegan por mar a sus costas. Mientras preparaba todo lo necesario para recibir a un bebé de cuatro meses y a dos gemelas de tres años recién desembarcadas en el puerto tras ser rescatadas en el mar, Lorena explicaba que están un poco desbordados.

El centro cumple la labor de una asistencia inicial que dura, como máximo, cuatro o cinco días. Luego los inmigrantes, según el director del centro, son enviados a otros centros de acogida de Sicilia o al continente hasta que el Ministerio del Interior decide si se repatrían, generalmente a Libia, o permanecen en suelo italiano hasta que haya pronunciamiento sobre su petición de asilo político.

Plan de emergencia

Con capacidad para 850 personas, el centro, abierto el año pasado para sustituir a otro del todo insuficiente, tiene activado hace varios días el plan de emergencia para ampliar las pernoctaciones a más de 1.000 personas. "Además de entregarles una bolsa con ropa limpia y material para la higiene personal, les damos tres comidas diarias, una tarjeta de teléfono por valor de cinco euros y 10 cigarrillos al día", añade la psicóloga mientras se hace con unos pañales, un biberón y un peluche. Cerca, una docena de hombres hacen cola en la cabina de teléfono.

Construido en una zona conocida como "la fosa del diablo", el centro está levantado sobre un antiguo cuartel militar con financiación de la Unión Europea. Gestionado por una empresa, el Gobierno italiano es el que se hace cargo del coste diario.

Hombres,en una zona, mujeres y niños en otra y la última, para familias enteras y novios. Por el día. Por la noche cada uno duerme con los de su género. Aún queda un último pabellón para personas con un específico herpes en la piel que, sin ser muy grave, es contagioso. "Quiero un futuro para ellos". Abdal, un hombre somalí de 40 años, acierta a explicar en un precario inglés su objetivo mientras señala a sus cuatro hijos de entre 13 y 4 años, que le miraban con los ojos como platos.