La arrogancia nunca le abandonó. "Mi nombre es Sadam Husein, soy el presidente de Irak y quiero negociar". Estas fueron las primeras palabras que el dictador iraquí pronunció, tras ser capturado, en diciembre del 2003. La imagen del Sadam de entonces no distaba mucho de la que se vio ayer. Nada tenía que ver con la figura engreída del otrora poderoso dirigente, amante de los puros, las armas, los trajes y las películas de El Padrino .

Nacido en abril de 1937, en el seno de una familia campesina de Tikrit, Sadam fue criado por su tío materno, enemigo de la monarquía del rey Faisal II y de las potencias coloniales. Con 21 años, cometió su primer crimen. Mató a un comunista y estuvo varios meses en prisión. Un año después participó en el atentado fallido contra el primer ministro, el general golpista Abdel Karim Kasen, que había destronado a Faisal.

Tras un exilio de cuatro años en Egipto, regresó a Irak como dirigente del partido Baaz. Su carrera fue fulminante. En 1969, un año después de que el Baaz asumiera el poder absoluto en el país, Sadam fue nombrado vicepresidente de Irak. Un informe británico le describía como "un joven presentable". Once años después, ocupó la jefatura del Estado. Lo primero que hizo fue purgar el partido. Ordenó ejecutar a 20 dirigentes. Admirador de Stalin, iniciaba su carrera belicista.

En 1980 empezó la guerra con Irán, que dejó más de un millón de muertos. A Sadam se le atribuye esta frase: "Hay tres criaturas que Dios nunca debió crear: a los judíos, a los persas y a las moscas". La aventura de Sadam en Irán contó con el apoyo de EEUU. Una de las personas que visitaron al dictador iraquí fue el actual secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld. En 1982, EEUU y la UE suprimieron a Irak de la lista de países que apoyaban el terrorismo.

La segunda locura militar de Sadam fue la invasión de Kuwait, en 1991. Definió la primera guerra del Golfo como "la madre de todas las batallas". Entonces, Dan Rather, periodista estrella de EEUU, le preguntó cómo llevaba que le calificaran de loco. Sadam respondió: "Bueno, no es tan malo".

En su país, Sadam se dedicó a reprimir a sus adversarios, tanto dentro del régimen como a shiís y kurdos. Su historia de muerte y destrucción acabó cuando fue detenido, escondido en un pequeño agujero, en Tikrit, lleno de polvo y con la mirada aturdida. Meses antes, la imagen del derribo de su estatua en la plaza Al-Ferdaous de Bagdad simbolizó el final de su despótico régimen.