Es una isla tropical, un poco más grande que Cerdeña, y uno de los cuatro tigres asiáticos que en los años 80 sorprendieron al mundo con su crecimiento económico trepidante. Tiene 22,5 millones de habitantes, su propia moneda, gran dotación militar y un régimen democrático. Es Taiwán, la provincia rebelde de China.

Alrededor de 500 misiles, listos para ser disparados, apuntan a la isla desde la provincia de Fujian, al otro lado del estrecho de Formosa. Pekín los utiliza como elemento disuasorio en caso de que la isla avance hacia la independencia o siga evitando eternamente el diálogo para la reunificación. "Sólo cuando la sangre del hijo fluya de vuelta a su lugar de origen, dejará de hervir", proclamó el primer ministro chino, Wen Jiabao.

Dos caminos

Pekín no se anda con tonterías y la semana pasada advirtió a los líderes taiwaneses de que no jueguen "con la paciencia china". El Gobierno y el Partido Comunista dieron a Taiwán dos caminos a elegir: "O dar marcha atrás en su búsqueda de la independencia y reconocer que ambas partes del estrecho de Taiwán pertenecen a un mismo país o continuar con su agenda separatista y afrontar, al final, su propia destrucción". Si el presidente taiwanés, Chen Shuibian, elige la primera vía, China promete "una perspectiva brillante de paz, estabilidad y desarrollo".

La obsesión china por la reunificación tiene motivos políticos e históricos. Tras recuperar Hong Kong y Macao, todos los ojos están ahora puestos en Taiwán, última espina clavada en el orgullo nacional desde hace medio siglo. Taiwán es independiente de facto desde que, en 1949, dos millones de soldados y adeptos del Partido Nacionalista Kuomintang se refugiaran allí tras la guerra contra los comunistas.

La huida de los nacionalistas, con su jefe Chiang Kai-chek a la cabeza, dejó inacabada la guerra. Un tira y afloja internacional se inició entonces, hasta que Pekín fue reconocido como representante de China en la ONU.

Durante décadas de convulsiones en la China comunista, los nacionalistas de Taiwán se concentraron en desarrollar el país y modernizar su régimen político. Hoy en día, Taiwán tiene una democracia joven pero dinámica, y una renta per cápita cuatro veces superior a la china.

Los descendientes del continente sólo son un 14% de la población y la opinión pública está cada vez más desapegada del hermano chino. Pekín teme que, una vez desaparecida la generación que conoció vínculos con el continente, la isla navegue sola para siempre.

Pragmatismo económico

Pero los taiwaneses son pragmáticos y, si la supervivencia del milagro taiwanés está en juego, las cartas pueden ser otras. No son las amenazas lo que mueve a parte de la población taiwanesa a considerar la reconciliación con China. Son los intereses económicos. China es ya el mayor mercado para sus exportaciones.

Y todo ello, a pesar de que mercancías, personas y hasta el correo tiene que pasar por Hong Kong, ya que no existen vínculos directos con China. Taipei los ve peligrosos, ya que podrían favorecer una penetración del enemigo. Pero hay quienes dicen que el enemigo está en casa, porque la dependencia económica de China no tiene marcha atrás.