Eran poco más de la seis de la mañana cuando la tierra volvió a temblar ayer bajo los pies en Haití. Fue corto. Intenso. Las piernas bascularon de un lado a otro por unos segundos mientras la respiración se aguantaba. La naturaleza ha decidido no dar tregua a los haitianos.

A poco más de una semana del gran seísmo, la tierra tembló otra vez con una virulencia importante --6,1 grados en la escala de Richter--, hasta el punto de aterrorizar a unos ciudadanos en pleno proceso de asimilación de la catástrofe. La nueva réplica, mucho más intensa que otros tímidos temblores anteriores, demostró que los temerosos haitianos no andan errados cuando forman largas hileras en las calles durante la noche para dormir temiendo que sus casas, o los restos de ellas, se les vengan encima. Efectivamente, la réplica de ayer, con epicentro en Gressier, a 56 kilómetros al oeste de Puerto Príncipe, acabó de rematar algunos edificios. No hay constancia oficial de la existencia de más fallecidos o heridos. No hay tregua pues para unos ciudadanos con una capacidad de aguante y de supervivencia dignas de elogio.

ACAMPADA DE ´SIN TECHO´ Es paradójico que los jardines de la vivienda del primer ministro haitiano se hayan convertido en una inmensa acampada de sin techo . Allí estaba ayer Orva Gale, una periodista haitiana de 21 años, que relató que el campamento se llenó de peticiones de ayuda a Dios durante el temblor. "Pero Dios está durmiendo", sentenció, indignada. Como hacen muchos ciudadanos, la joven apuntó inmediatamente su número de teléfono para contactar con ella si surge algún trabajo, el que sea y a la hora que sea.

La ciudad va recuperando, a pasos muy pequeños, el pulso. Un recorrido permite constatar la apertura de algunas tiendas, el funcionamiento de mercados de barrio y de pequeños pero efectivos puestos de comida en la calle. Los habitantes de las montañas bajan cada día con su cargamento de productos para vender. A trompicones, en medio de una situación extrema, los haitianos están contribuyendo a que la vida siga. También es incontestable que los centros neurálgicos de la ciudad así como los puntos de reparto de ayuda, sea agua o comida, están controlados por patrullas de la ONU y por marines estadounidenses.

La relativa normalidad en determinadas zonas de la ciudad no está reñida, sin embargo, con la existencia de zonas más calientes donde se han producido pillajes entre escenas de violencia. Informes de las fuerzas de la ONU registran incidentes con varios muertos por disparos y un crimen de un delincuente linchado por conciudadanos en el momento de cometer el delito. "Es habitual en este país que la gente se toma la justicia por su mano", constata un militar de las fuerzas brasileñas de la ONU.

De repente, sin embargo, cuando se logra sentir que la vida empieza a fluir, un cadáver carbonizado en la esquina de una calle o una pierna que sobresale de entre unos escombros que arden rompen la ilusión de normalidad. Y a la vuelta de la esquina, topas con un nuevo rescate, una estampa convertida en cotidiana estos últimos días en Puerto Príncipe. Ahí está el rescatador mexicano Arturo Acuña Rico que, nueve días después del seísmo, se empeña en encontrar vida en el lugar donde dos perros rastreadores concentraron su atención. "En México, logramos sacar a personas con vida a los 22 días de un terremoto", dijo, sin perder la esperanza, aunque reconoce que muchos eran niños, con más capacidad de aguante porque bajan sus biorritmos. Su entrega no tiene límite: "Mi vida ya no la tengo, no me pertenece, se la entregué a Dios y por eso sigo buscando".

SALIDA POR MAR A unos kilómetros, el puerto de Puerto Príncipe bulle. La salida por mar se antoja una alternativa viable y cientos de haitianos, es posible que miles, se agolpan en la terminal acompañados de sus pertenencias y bajo un sol de justicia a la espera de montar en un barco que, a media mañana, estaba lleno hasta la bandera, visiblemente sobrecargado. El destino es, a simple vista, la ciudad de Jeremie, en la misma isla de Haití, una zona que ahora está mucho más tranquila. Sin embargo, Miami, aunque no se reconozca explícitamente, está en el horizonte de muchas de las personas que ayer atestaban el puerto. Fuentes del organismo de migraciones de la ONU estimaban que un millón de haitianos intentarían dejar la ciudad en el próximo mes. A la espera de su turno, familias enteras viven dentro de los contenedores entre aguas putrefactas.

Pero no es necesario un muelle para echarse a la mar en Haití. En los aledaños, parten sin descanso pequeñas pateras hacia un gran barco anclado en la bocana. El precio, 100 dólares.