Italia sigue sumida en la incertidumbre. El presidente, Giorgio Napolitano, anunció ayer que se tomaba "una pausa de reflexión", tras cuatro días de consultas que parecen haber servido para poco más que constatar la división total entre las fuerzas políticas en la búsqueda de una salida a la crisis de Gobierno. Entre la derecha, que exige unas elecciones inmediatas que está convencida de ganar, y el centroizquierda, partidario de que un Ejecutivo de transición reforme la polémica ley electoral, hay un abismo.

Por la mañana, Napolitano se reunió con las cabezas visibles de los dos bloques. Primero pasó por el Quirinal Silvio Berlusconi, el jefe de Forza Italia (derecha), y luego el líder del Partido Democrático (centroizquierda), Walter Veltroni. Como se esperaba, Berlusconi no se dejó convencer por el presidente e insistió en que "el único camino" es el que lleva a las urnas cuanto antes, y con la actual ley electoral. En su opinión, la ley "ha permitido una plena gobernabilidad" en esta legislatura, "incluso con una coalición que había ganado por solo 24.000 votos", y con el "panorama político actual, garantizaría la formación de una mayoría capaz de durar cinco años".

Veltroni, por su parte, apostó por que las elecciones anticipadas se celebren en la primavera del 2009 y antes, "con la participación de todas las fuerzas políticas", se afronten reformas para "dar al país la estabilidad que necesita" y la garantía de que "comienza algo nuevo". El plan B de Veltroni consiste en ir a las urnas en junio siempre que se haya aprobado ya la reforma estrella, la de la ley electoral, con la que el centroizquierda pretende combatir la endémica fragmentación política.

Después de que las federaciones de empresarios y comerciantes se hayan pronunciado a favor de las reformas, varios analistas vieron también un velado apoyo de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI) en la petición de su secretario, Giuseppe Bertori, a todos los partidos de que "trabajen juntos para lograr el bien común".

Mientras, la prensa italiana continuaba las conjeturas. Así, se plantea que si hay un Gobierno de transición, el primer ministro deberá ser un hombre de consenso. Entre los nombres que se barajan figuran los del presidente del Senado, Franco Marini; el exgobernador del Banco de Italia Mario Draghi; y el ministro del Interior, Giuliano Amato, quien ya ocupó el cargo entre el 2000 y el 2001.