Dos terroristas suicidas causaron ayer sendas explosiones casi simultáneas en la ciudad paquistaní de Rawalpindi que causaron al menos 25 muertos y 70 heridos. Los atentados coinciden con un momento difícil para el presidente paquistaní, Pervez Musharraf: cuando crece la violencia atribuida a Al Qaeda y se agudiza la incertidumbre política. Musharraf se esfuerza por evitar que las inminentes elecciones presidenciales del próximo 15 de septiembre acaben con el Gobierno golpista.

La primera explosión que se produjo ayer reventó un autobús repleto de soldados que circulaba por una zona militar restringida de la ciudad, situada a pocos kilómetros al sur de la capital, Islamabad. Cuando las ambulancias comenzaron a evacuar a las víctimas, una segunda bomba escondida en una motocicleta estalló en un barrio comercial de la ciudad y causó varios muertos y heridos más.

El ministro de Asuntos Religiosos, Ejaz ul Haq, atribuyó a Al Qaeda los atentados: "Somos el Estado que lucha en primera línea en la guerra contra el terrorismo, y estamos sufriendo lo peor", afirmó. Pakistán lleva a cabo en Waziristán, una zona tribal fronteriza con Afganistán, una serie de operaciones militares dirigidas a someter a los insurgentes paquistanís aliados de los talibanes afganos.

LAS BAJAS Desde que las fuerzas de seguridad paquistanís tomaron al asalto la Mezquita Roja de Islamabad, el pasado 10 de julio, se han registrado 243 muertos por violencia sectaria en todo el país, 102 de ellos en la mezquita, donde varios centenares de radicales islamistas se hicieron fuertes en el complejo religioso durante 10 días.

Enzarzado en complejas negociaciones con sus rivales políticos, Musharraf descartó que las explosiones le lleven a declarar el estado de excepción y a posponer las elecciones presidenciales previstas para el 15 de septiembre y el 15 de octubre.

EN LA ENCRUCIJADA Musharraf, en el poder desde octubre de 1999 después de un golpe de Estado y convertido a su pesar en el aliado estrella de Washington en la guerra contra el terror, se encuentra ahora en una encrucijada. En su lucha contra los insurgentes paquistanís aliados de los talibanes, necesita el apoyo de dos viejos enemigos: la dos veces primera ministra Benazir Butho, defenestrada por corrupción en 1996 y en el exilio desde entonces, y el islamista moderado y exprimer ministro Nawaz Sharif, a quien Musharraf derrocó por la fuerza en 1999. Ambos intentan pactar su regreso a Pakistán y competir con sus respectivos partidos en las legislativas de finales de año o principios del 2008. A cambio, deben dar su apoyo a un Musharraf desprestigiado y cada día más impopular.

El Parlamento paquistaní es el que se encarga de elegir al presidente del país, razón por la que Musharraf ha adelantado la reelección: para beneficiarse de una Cámara que aún le es favorable y evitar que la mayoría parlamentaria que surja de las próximas legislativas haga imposible su reelección.