Unas tres horas de avión separan Israel y el Líbano de Roma, los tres lugares donde ayer se jugó el futuro inmediato de Oriente Próximo. Tres horas que en estos días son un abismo, el que media entre la guerra y las negociaciones diplomáticas. En el Líbano, ayer fue otro día de dolor. En Israel, los ciudadanos seguían con preocupación las noticias sobre muertes en su Ejército y los políticos se preguntaban cómo ganarán una guerra que cada día les es más viscosa. Y en Roma, la conferencia convocada para lograr un alto el fuego sirvió para darle más tiempo a la maquinaria bélica de Israel al acabar sin resultados y en un clima crispado por la muerte de cuatro observadores de la ONU en el sur del Líbano a causa de un bombardeo israelí.

Como por arte de magia, EEUU cambió ayer la pregunta que se hace la comunidad internacional desde que estalló el conflicto entre Israel e Hizbulá. Ya no se trata de saber cuándo acabará y cómo conseguirlo, sino de cómo zanjarlo para que Israel sea el ganador. La secretaria de Estado de EEUU, Condoleezza Rice, no cedió ante la presión de sus aliados europeos y árabes para exigir un alto el fuego inmediato, con el argumento de que una decisión de este tipo dejaría a Hizbulá prácticamente indemne militar y políticamente.

AMBIENTE SOMBRIO No podía esperarse más de una cumbre en la que no estaban los actores principales (Israel e Hizbulá) ni los secundarios (Siria e Irán), y en la que EEUU buscaba ganar tiempo para que Israel derrote a la milicia chií. Eso es lo que se esconde tras un comunicado que habla de "trabajar por un alto el fuego sostenido" y que pasa la patata caliente de la fuerza multinacional a la ONU.

Una ONU cuyos representantes en la conferencia --desde el anonimato-- no se abstuvieron de calificar el ambiente de la cumbre de "sombrío", ni de afirmar que Rice se había quedado sola en su negativa a exigir un alto el fuego inmediato. Y es que el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, no estaba para juegos ni cortesías diplomáticas tras acusar veladamente a Israel de matar premeditadamente, la pasada madrugada, a sus cuatro observadores desarmados en Jiam, cerca de la frontera con el Líbano.

Según un informe preliminar de la ONU, los observadores contactaron hasta 10 veces con el Ejército israelí durante seis horas para advertirles de que les estaban bombardeando, hasta que la base fue atacada con un misil de precisión. Las declaraciones de Annan de que el ataque fue "aparentemente deliberado" indignaron a Israel, que exigió una rectificación inmediata al secretario general de la ONU. Eso sí, el Gobierno de Tel-Aviv afirmó que el bombardeo fue un error, pidió disculpas y anunció la consabida investigación.

Y es que si en Roma las cosas le fueron bien a Israel, en el campo de batalla no pudo decir lo mismo. Al fiasco de los observadores hay que añadir la resistencia de Hizbulá, que mató a ocho soldados israelís en Bint Yebeil y a otro, según algunas fuentes, en Marun al Ras, localidades que en teoría están tomadas por el Ejército hebreo. Y una lluvia de cohetes cayó en el norte del país. La tesis oficial sigue siendo que no habrá intercambio de presos y que Hizbulá será derrotada.

UN LOGRO IMPORTANTE Pero el problema es que ni esta zona de seguridad ni la destrucción que sufre el Líbano implican una derrota de Hizbulá, porque no equivale a su desarme ni a su desaparición. E Israel, como afirmaba ayer el periodista israelí Amir Rappaport en el diario Yedioth Ahronoth , necesita algún hecho tangible para dar la guerra por ganada, sobre todo después del duro golpe que el jeque Hasán Nasralá y los suyos han propinado al Estado hebreo en su propio territorio. En este sentido, afirma Rappaport, solo la muerte de Nasralá sería un logro lo suficientemente importante como para que Tel-Aviv se pudiera dar por vencedor ante la opinión pública israelí, la comunidad internacional y sus hostiles vecinos árabes. Como es habitual en Israel, no se trata solo de ser fuerte, sino de que se sepa.

CRITICAS INTERNAS Pero eso no será fácil porque el objetivo declarado es demasiado ambicioso, con lo que el primer ministro israelí, Ehud Olmert, corre el riesgo de haber caído en su propia trampa. Un temor que se plasma en las críticas que la prensa israelí dirige a su Gobierno por no haber sabido prever el auténtico potencial de Hizbulá. Es vital para Olmert que su Ejército logre en el campo de batalla un golpe ganador, pero eso requerirá tiempo --ese divino tesoro que Rice logró en Roma-- y más sangre. Nasralá no se arruga, y amenazó con disparar cohetes que llegan más allá de Haifa. El pulso, pues, sigue en el Líbano e Israel. No ocurre lo mismo en Gaza. Allí solo golpea fuerte uno: 22 palestinos murieron ayer en la guerra olvidada de Oriente Próximo.