Ustedes no van a decidir si hay guerra en Irak o no", le explicaron hace poco altos funcionarios norteamericanos a un diplomático en el Consejo de Seguridad. "Esa decisión es nuestra y ya la hemos tomado. Ya es definitiva".

En estos términos desvelaba ayer The Washington Post lo que muchos sospechábamos hace tiempo: el presidente norteamericano, George Bush, ha determinado que EEUU invadirá Irak para derrocar a Sadam Husein y piensa llevar adelante ese plan haga lo que haga el Consejo de Seguridad de la ONU. Sólo así se explica que menos de 24 horas después de haber presentado, junto al Reino Unido y España, el borrador de una nueva resolución contra el régimen de Bagdad, Bush proclamase: "No creo que necesitemos una segunda resolución".

Con esa frase, Bush incluso se contradecía a sí mismo, pues en la rueda de prensa conjunta con el presidente del Gobierno, José María Aznar, había dedicado bastante tiempo a explicar que lo que promovían no era "una segunda" resolución, puesto que había muchas otras --antes de la famosa 1441 aprobada el pasado noviembre-- que ya había incumplido Sadam.

AYUDAR A UN AMIGO

Lo que ocurre --como revelaba también ayer el otro diario norteamericano de referencia, The New York Times -- es que Bush únicamente accedió a pasar por la ONU "para ayudar a un amigo y aliado, el primer ministro (británico) Tony Blair", acosado por la masiva oposición en el Reino Unido a los planes bélicos de EEUU, según aclaró James Schlesinger, exsecretario de Defensa y ahora miembro del panel de asesores del Pentágono.

No es, pues, que Bush haya accedido --ante los ruegos de Blair y Aznar-- a someterse a las decisiones del Consejo de Seguridad, sino que se ha limitado a fingir una predisposición a aceptar un proyecto multilateral para desarmar a Irak, cuando lo que ya tenía decidido era desencadenar una guerra para conseguir propósitos geopolíticos de mucho más alcance en Oriente Próximo.

Ahora bien, al copatrocinar otro proyecto de resolución, Bush ha hecho "una apuesta por un amigo" (como titulaba el Times su información) que podría perder, con el consiguiente bochorno diplomático.

PRESIONES Y AMENAZAS

Por eso, Washington está presionando duramente a los seis miembros indecisos del Consejo --México, Chile, Pakistán, Angola, Camerún y Guinea (Conakry)-- para reunir los nueve votos imprescindibles, mientras casi amenaza a los tres miembros permanentes opuestos a la guerra --Francia, Rusia y China-- para que renuncien a ejercer su derecho de veto y acaben absteniéndose. En términos diplomáticos, la expresión utilizada ayer por el embajador de EEUU en París --un veto sería considerado como "muy poco amistoso"-- equivale a una advertencia de que Francia deberá afrontar graves consecuencias si se opone a la nueva resolución, diseñada para dar legitimidad internacional a la guerra.

Algunos analistas vaticinan que semejantes presiones acabarán imponiéndose, porque Rusia y China valorarán más sus relaciones económicas con EEUU que las consecuencias del conflicto armado, y Francia no querrá emplear en solitario el veto, considerado como el arma nuclear de la diplomacia . En cuanto a los seis indecisos --todos ellos opuestos en principio a la nueva resolución--, "hay más síes de lo que parece", según el director del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, John Chipman, porque "no van a dar un tempranero, ya que sería gratuito". No cabe duda de que Washington puede comprar voluntades, como acaba de demostrar con Turquía.

La desconfianza sobre las verdaderas intenciones de Bush se acrecienta cuando se ve cómo día a día rechaza como irrelevante cualquier progreso en las inspecciones de desarme. Esa actitud le está aislando incluso en su propio país, donde un centenar de ciudades (incluidas Los Angeles, Chicago, Filadelfia, San Francisco, Baltimore y la misma Washington) han aprobado resoluciones municipales de condena de "una guerra preventiva y unilateral".

AZNAR SIGUE AISLADO

En España, también Aznar se ha quedado solo y en la comparecencia de la ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, ante el Congreso, se registró una censura unánime de la oposición y de los aliados tradicionales del Gobierno, que acusaron al presidente de "patrocinar" la guerra contra Irak, "engañar" a los ciudadanos, "traicionar" la posición europea y "destrozar" la política exterior española.

Acusaciones quizá justificadas cuando se comprueba que el Ejecutivo está actuando contrariamente a lo que reclama la inmensa mayoría de los españoles.