Con George Bush las relaciones transatlánticas iban mal. Con Barak Obama, no van mejor. La negativa del presidente estadounidense a desplazarse a Madrid los próximos 24 y 25 de mayo para asistir a la cumbre entre la UE y EEUU, más allá de la sensación de desaire sentida en las capitales europeas y en la española muy en particular, ha puesto al desnudo las dificultades de relación entre una y otra orilla del Atlántico.

El conflicto ideológico y de legalidad internacional planteado por la guerra de Irak que separó radicalmente a Europa y EEUU encubrió el verdadero problema de relación. Ahora, con una nueva Administración de sensibilidad mucho más cercana a la europea, no hay excusas que valgan. Las dificultades de entendimiento han aparecido en toda su dimensión.

La vieja ocurrencia de que para hablar con Europa Washington no sabe a qué teléfono llamar sigue valiendo, pese a la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, que debería haber puesto punto final a este problema.

En la cumbre UE-EEUU que se realizó en Praga en la pasada primavera, Obama se encontró con 27 jefes de Estado y de Gobierno encabezados por el entonces primer ministro checo, Mirek Topolanek. En otoño, la cumbre se realizaba en Washington. La encabezaba entonces Frederik Reinfeldt, el primer ministro de un país de peso muy relativo como Suecia, y el presidente Obama optó por delegar en su vicepresidente Joe Biden la participación en varios encuentros.

PRAGMATISMO El pragmatismo es una religión en EEUU y Obama, uno de sus adeptos más fieles. Después de un primer año repleto de viajes y con grandes problemas domésticos, el presidente ha visto que a estos encuentros europeos les falta dos elementos básicos para que una reunión de este tipo, y por extensión la relación entre ambos socios, obtenga resultados. Falta liderazgo y una agenda.

En Madrid, Obama se hubiera encontrado con un presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Durao Barroso, cuyo Gobierno todavía no ha recibido el plácet del Parlamento Europeo; un presidente permanente de la UE, Herman Van Rompuy, cuya figura todavía no ha encontrado su lugar en la escena, tanto la europea como la internacional, y un presidente por seis meses, José Luis Rodríguez Zapatero.

La alta representante de Asuntos Exteriores de la UE, Catherine Ashton, todavía no ha puesto en pie el servicio diplomático europeo, y eso afecta a la elaboración de una agenda que va más allá de esta cumbre, en un momento en que el contexto global está cambiando profundamente y a gran velocidad.

Nick Witney y Jeremy Saphiro, autores de un documento del prestigioso Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, aseguran que la verdadera amenaza a las relaciones transatlánticas no nace del replanteamiento de la estrategia global estadounidense, "nace del fracaso de los gobiernos europeos en aceptar cómo el mundo está cambiando y cómo la relación debe adaptarse".

SOCIO INDISPENSABLE Pese a los desencuentros, EEUU sigue considerando a Europa un socio indispensable. Lo recalcó hace una semana en París la secretaria de Estado, Hillary Clinton: "Europa es un modelo de poder transformador de la reconciliación, la cooperación y la comunidad". Para Clinton, durante más de 60 años la relación transatlántica ha sido una piedra angular de la seguridad global y una fuerza poderosa de progreso. A partir de esta constatación, reclamaba que juntos, EEUU y Europa, reforzaran y modernizaran su relación. Pero en lo que estaba pensando la secretaria de Estado era en la OTAN, no en la UE.