El barrio de Rud el Farrag es lo que en El Cairo llaman un barrio popular, ni rico ni demasiado pobre para los estándares locales. Muchas calles no están asfaltadas ni tienen alcantarillado, las gallinas y las cabras pastan entre la basura y las casas se caen a trozos. Aquí a nadie le quita el sueño el resultado de la segunda vuelta de las elecciones celebradas ayer en Egipto. Al fin y al cabo, dicen sin equivocarse, siempre gana el mismo, el partido del presidente Hosni Mubarak. Pero para estos vecinos de estómago vacío los comicios son una gran oportunidad para ganarse unas libras extra: solo tienen que votar a quien les paga.

Este fraude ominoso, expresado en otras artimañas más o menos sofisticadas, ha llevado a la oposición islamista de la Hermandad Musulmana y a los liberales del Wafq a anunciar su boicot a la segunda vuelta. El Parlamento se quedará por tanto sin su oposición decorativa. En la calle no es difícil constatar la farsa. En este barrio, los votos se compran sin disimulo, a la luz del día. Los vecinos acuden a las oficinas de los candidatos, preguntan por el precio y deciden a quién votan. En la primera vuelta arrasó el del partido gubernamental: sus papeletas se vendieron a 130 libras, casi 17 euros.

SIN COMPETENCIA Sus rivales no pudieron competir. Los dos independientes que pugnaban ayer por el segundo escaño de la circunscripción pagaban entre 2,5 y 6 euros. "A medida que avanza el día va subiendo el precio", decía un vecino. Una vez seleccionado el mejor postor, el candidato mete a sus votantes en una furgoneta y les lleva al colegio electoral.

La policía no deja que entre la prensa en los colegios, a menos que tenga un permiso especial, como tampoco permitió el Gobierno que hubiera observadores internacionales. Y la verdad es que desde fuera a cualquiera en la inopia le costaría discernir que dentro se celebran elecciones. "Solo van a votar los familiares, amigos y protegidos de los candidatos y aquellos que han vendido su voto", cuenta el dueño de una tienda de marcos.

La democracia parlamentaria egipcia tuvo una efímera vida a principios del siglo XX. Abdelgamal Naser y su socialismo panarabista instauraron el partido único al llegar al poder con un golpe militar en 1952 y, solo en 1975, su sucesor, Anuar el Sadat, levantó la veda a la creación de los partidos políticos. Pero desde entonces su papel no ha sido más que testimonial.

Lo único que les importa a los egipcios es conocer al sucesor de Mubarak. Muy posiblemente será su hijo, Gamal Mubarak. La respuesta saldrá del congreso previsto para este mes.