Lo mejor y lo peor del hombre brotan de la tierra después de las catástrofes. En Chile no podía ocurrir otra cosa y por eso la región del Bío-Bío es, a estas horas, el gran teatro donde se juegan las grandes pasiones y bajezas. Allí se desatan los instintos primarios y la solidaridad, conviven la especulación y el esfuerzo desesperado. En una calle de la devastada Concepción o Talca, en Constitución o Talcahuano, un agente de rescate se juega la vida por salvar al que quedó atrapado bajo los escombros. Cerca, una familia comparte lo que no tiene. Un poco más allá, una muchedumbre saquea un comercio.

La declaración del toque de queda en la noche del domingo permitió contener la multiplicación de saqueos y el caos. Fueron detenidas más de 100 personas, especialmente en Concepción, controlada por unos 1.500 uniformados. La alcaldesa, Jacqueline van Rysselberghe, consideró que esa cantidad no basta para mantener la calma. Lo dijo después de una noche de zozobra durante la cual se registraron enfrentamientos entre militares y grupos armados que habían salido a robar negocios y viviendas. La gente se defendió con lo que tenía a mano. Palos, pistolas, rastrillos, vidrios.

El peligro de que se reiteren esos episodios obligó ayer a Michelle Bachelet a anunciar el envío de 7.000 hombres más de las Fuerzas Armadas a las regiones devastadas --se unen a los 10.000 ya desplegados-- y a extender el toque de queda, una medida extrema que nunca se había tomado en 20 años de gobiernos democráticos. "Pido conciencia a los chilenos", dijo Bachelet ante las escenas de pillaje.

ACCIDENTE AEREO El supermercado Avi, en Concepción, ardió bajo las llamas después de que una turba vaciara las existencias que ahora formarán parte del naciente mercado negro. Ejército y los bomberos sofocaron el incendio y la policía arrojó gas lacrimógeno para dispersar a los saqueadores. Mientras las llamas cedían, un rumor, que se confirmó, corría por las calles como la pólvora: se había caído un avión que debía aterrizar en Concepción con ayuda. Murieron sus seis tripulantes.

Cada hora que pasa arroja un nuevo matiz desolador sobre el territorio chileno. Transcurridas 48 horas del terremoto de 8,8 grados, el Gobierno se ha resignado a aceptar que las víctimas del cataclismo superarán incluso las previsiones más pesimistas. El presidente electo, Sebastián Piñera, compartió la sensación de abatimiento con Bachelet, quien el 11 de marzo pensaba entregarle el testigo de la presidencia con la pompa acorde con el momento histórico.

El magnate estuvo durante la noche del domingo en casa de la mandataria. "Lamentablemente, el número de muertos va a aumentar", dijo, en lo que amenaza con convertirse en una muletilla cada vez que se anuncie un parte. El último informe del Comité de Emergencia situó en 723 los muertos. "La situación del país es peor de lo que se suponía: hay demandas muy urgentes", admitió Piñera.

Las regiones del Bío-Bío y del Maule, donde el seísmo desató su mayor brutalidad, concentran los principales esfuerzos del Gobierno y las Fuerzas Armadas. La prioridad en las zonas de la devastación es restablecer las comunicaciones, el suministro de agua y la electricidad, en particular en los hospitales, así como el orden público.

Santiago recuperó ayer la normalidad. El metro funcionó como si nada hubiera ocurrido. La mayoría de los comercios abrió sus puertas. En las calles se advertía, no obstante, la perplejidad y el dolor por los efectos del desastre.