No hubo piedad para Mohamed Bijeh, apodado el vampiro del desierto por la prensa local. Este asesino en serie convicto, autor de la muerte de 21 niños, atraía a sus víctimas con el engaño de ir a cazar conejos y zorros, antes de golpearlos, abusar sexualmente de ellos y matarlos. Entre gritos de "más fuerte, más fuerte", proferidos por una multitud sedienta de venganza, Bijeh recibió ayer, en una plaza de Pakdacht, al sureste de Teherán, 100 latigazos y una puñalada antes de ser ahorcado.

"Mohamed Bijeh, 22 años, soltero, reconocido culpable de haber asesinado a 21 niños, pervertido en la tierra, ha sido condenado a 16 penas de muerte, a ser colgado públicamente, a 100 latigazos y a 15 años de prisión", proclamaban los altavoces instalados en la plaza. Las barreras y un centenar de soldados apenas contenían a los miles de personas que se habían congregado para ver el ahorcamiento.

El condenado recibió en silencio su suplicio, sin proferir un solo grito ni lanzar una mirada de odio contra los familiares de sus víctimas, que le injuriaban. Tan sólo comenzó a retorcerse de dolor cuando recibió el latigazo número 20. "Golpead más fuerte a este cabrón", gritaba desde el público Alí Josravi, cuyo hijo, Kayván, de 10 años, fue asesinado por Bijeh, quien luego quemó el cuerpo. "Es el día más feliz de mi vida, yo mismo querría estrangularle y quemarle con mis propias manos", sollozaba, mientras agarraba a su hija Sara, de 8 años, que reía nerviosamente mientras contemplaba la ejecución.

"Baila y acuérdate de lo que has hecho a nuestros niños", gritaba un padre. "No olvides a mi pequeño Payman", decía otro. Cuando los agentes llevaron a Bijeh a la horca, un joven, hermano de otra víctima, le clavó un cuchillo en la espalda.

Tráfico de órganos

Los familiares pidieron que el cómplice del vampiro del desierto , un tal Alí Baghi, también fuera ejecutado. "Yo mismo arresté a Baghi; es él quién asesinó a mi hijo, él mismo me lo confesó, hay que ejecutarle", lloraba Alí Dad Azimi, padre de Ahmed, de 9 años. Baghi vio su pena conmutada a 15 años de prisión.

Los familiares sostienen que no fueron 21, sino 26 los pequeños asesinados. Algunos de ellos denunciaron que hubo tráfico de órganos, algo que negaron las autoridades. Al final, la muchedumbre lanzó piedras contra los agentes, síntoma de que la ejecución no bastó para calmar la ira local.