Existe en este cónclave, por primera vez, un aspecto que juega en contra de la voluntad de los purpurados de zanjar la elección del sucesor de Juan Pablo II en tres días, antes de que se imponga la jornada de descanso prevista por la normativa: el alojamiento en la residencia de Santa Marta. Los cardenales ya no deberán permanecer enclaustrados en la Capilla Sixtina, donde no podían abrir las ventanas, ni tendrán que dormir en las dependencias anexas donde se instalaban camas separadas por mamparas.

La presencia de los secretarios de los purpurados, que cada mañana tenían que acarrear los pesados orinales de sus jefes para vaciarlos en los aseos comunes, se ha convertido en superflua. Ahora las habitaciones, que han sido asignadas por sorteo, están distribuidas en dos plantas y disponen de cuarto de baño, puertas de maderas nobles y muebles de época. Además, los príncipes de la Iglesia podrán tomar el fresco en los jardines del Vaticano y dar un paseo en el camino de ida y vuelta a la Sixtina.