Cuando los franceses habían cedido en 1763 el poder de Luisiana a España, como agradecimiento a su ayuda en la guerra contra los ingleses, el rey Carlos III necesitaba a gente que defendiera esas nuevas tierras. El tributo de sangre de 1718, según el cual se enviaba a cinco familias de Canarias a América por cada tonelada de mercancía que llegaba a España le sirvió para mandar a miles de canarios a la desconocida Luisiana.

Constan al menos ocho fragatas que llevaron a unas 2.100 personas al delta del Misisipí en un viaje que duró tres meses. Al llegar a América, cada familia recibió unas hectáreas de tierra, semillas, animales y un fusil para el hombre. Los soldados recibían un sueldo durante cuatro años, y la cantidad dependía de su altura: cuanto más altos, más cobraban, por lo que en Canarias se seleccionó sobre todo a familias con un padre alto.

Pero cuando España dejó Luisiana, en 1800, tuvieron que buscarse la vida. Se ganaron fama de buenos granjeros, pese a que las condiciones en los humedales eran distintas a las de Canarias. La mayoría, sin embargo, pasó a la pesca. Se calcula que puede haber hoy 40.000 isleños en Luisiana.