La primera jornada de protesta contra la reforma laboral del presidente de Francia, Emmanuel Macron, movilizó ayer a decenas de miles de personas en todo el país, pero no tuvo la amplitud suficiente para doblegar la voluntad del Ejecutivo.

El sindicato CGT movilizó a 400.000 personas, según su recuento, contra la flexibilización del mercado laboral que el Ejecutivo pretende aprobar por decreto, unas cifras ligeramente inferiores a las que hace medio año reunieron contra una reforma más tibia que finalmente sacó adelante el socialista François Hollande.

La huelga se tradujo en algunas anulaciones de vuelos y en retrasos en los trenes, pero no creó la sensación de parálisis.

La amplia victoria de Macron en las presidenciales de mayo pasado, refrendada en junio en las legislativas, con un programa en el que la reforma laboral figuraba entre uno de los puntos destacados, parece haber anestesiado en parte la contestación de la calle. El presidente logró, además, romper el frente unido de los sindicatos con concesiones en el periodo de concertación a algunos de ellos, lo que ha provocado que solo la CGT, segundo sindicato del país, convocara la huelga general de hoy.

Ni la CFDT, primera central obrera y de talante reformistas, ni FO, muy potente en la función pública, se sumaron a este llamamiento, aunque muchos militantes de ambos sindicatos y algunas federaciones acudieron a las manifestaciones.

La apuesta de la CGT, que ya fue la punta de lanza de la oposición obrera a la anterior reforma, no parece haber logrado desviar al presidente Macron de sus planes reformistas. Así lo expresaron algunos ministros tras la jornada.

El presidente logró incluso robar parte de la atención mediática a las protestas con un bien orquestado viaje a las Antillas francesas, recientemente golpeadas por el huracán Irma, y una puesta en escena que le hizo aparecer como un capitán al frente del navío.

Todo lo contrario que la imagen que dejaron las manifestaciones, que se cerraron con enfrentamientos entre radicales enmascarados y las fuerzas del orden, un intercambio de proyectiles humeantes que se ha convertido en una costumbre en el cierre de las movilizaciones en Francia en los últimos tiempos.

En plena campaña de recuperación de la imagen tras el hundimiento de su popularidad que sufrió en los últimos meses, Macron afronta con serenidad el reto sindical. Las centrales obreras se han marcado el reto de doblar el brazo del presidente en esta ley y, para ello, han convocado otra jornada de manifestaciones, esta vez más unitaria, para el próximo día 21, la víspera del día en el que el Gobierno publicará los cinco decretos leyes que reformarán el mercado laboral.

Dos días más tarde el relevo lo tomará el movimiento creado por el diputado ultraizquierdista Jean-Luc Mélenchon, La Francia Insumisa, que ha convocado otra gran jornada de protesta esta vez con marcado carácter político. Dos nuevos test para el presidente, pero sobre todo para su oposición, sindical y política, que, si quiere frenar los planes del Ejecutivo, tendrá que mostrar mucha más potencia movilizadora y, sobre todo, una mayor unidad.

La división en la protesta no gustó a muchos militantes, tal y como aseguró a Efe el sindicalista Guy Delecray, que lució su enseña de FO en la manifestación de París y criticó a los dirigentes del mismo sindicato por no sumarse a la protesta.

«Había miedo de que la manifestación no fuera un éxito, pero creo que a partir de ahora el mensaje es claro, la calle está contra Macron», afirmó. Algo similar afirmó Delphine, militante de la CFDT, que cree que «hay que llevar la oposición a todas las instancias posibles» y que «si en la calle hay mucha gente en la negociación se tiene más fuerza».

BRONCA EN LA CALLE / Manifestantes encapuchados se enfrentaron ayer con piedras a unidades antidisturbios de la Policía francesa, que replicaron con gases lacrimógenos y cañones de agua, los actos de violencia en la manifestación convocada hoy en París contra la reforma laboral que pretende aprobar el Ejecutivo.

La protesta, que comenzó a las 14.00 hora local (12.00 GMT) en la plaza de la Bastilla, reunió en las calles de la capital francesa a unas 60.000 personas, según el principal sindicato convocante, la Confederación General de Trabajadores (CGT), y 24.000 según la Policía. Unos 300 encapuchados causaron desperfectos, principalmente en escaparates y carteles publicitarios.

El seguimiento de la huelga causó perturbaciones en el transporte aéreo, especialmente entre las compañías de bajo coste, y algunas alteraciones en el servicio de trenes. Sin embargo, el principal perjudicado fue el transporte por carretera en París, que paradójicamente, esto no ha sido como consecuencia del seguimiento de la huelga general sino de una protesta sectorial convocada en las carreteras de la capital por los feriantes en contra del Gobierno.