Japón tiene 127 millones de habitantes, entre los que hay unos dos millones de extranjeros. De estos últimos, casi una tercera parte --más de 650.000 inmigrantes-- son originarios de las dos Coreas. Los del sur no tienen problemas, pero los del norte son víctimas de amenazas telefónicas y por correo en sus casas, y verbales cuando salen a la calle.

La mayoría han nacido en territorio japonés, ya que son hijos, nietos o bisnietos de los cientos de miles de trabajadores que cruzaron en la primera mitad del siglo XX el mar de Japón. Muchos de esos coreanos fueron trasladados por la fuerza, tras la ocupación japonesa. Sin embargo, algunos expertos en inmigración sostienen que los coreanos que se han quedado en Japón son los que emigraron voluntariamente.

En la mayoría de los casos, los coreanos residentes en Japón pasan desapercibidos. Muchos han adoptado nombres japoneses para su vida pública y reservan los coreanos para el ambiente familiar o sus relaciones con otros miembros de la comunidad. Pero hay excepciones como la del millonario Masayoshi Son, que no ha renunciado a su apellido coreano.

A pesar de ser minoritarios, los coreanos fieles a Pyongyang gestionan 60 escuelas y numerosos locales de reunión, que actúan como embajadas del país.