Erase una vez un príncipe (Rainiero de Mónaco) y una estrella de Hollywood (Grace Kelly). Se casaron, tuvieron tres hijos y vivieron felices en un peñón escarpado a orillas del Mediterráneo que transformaron en un paraíso fiscal.

La fórmula consagrada de los cuentos de hadas es ideal para contar la historia del príncipe Rainiero III de Mónaco. Nació el 31 de mayo de 1923 en una austera fortaleza incrustada en una inmensa roca, antiguo nido de piratas que el primero de los Grimaldi, Fran§ois, había conquistado a punta de espada y astucia, en nombre del Papa y disfrazado de monje franciscano.

Su madre, la princesa Carlota, renunció al derecho al trono el 10 de junio de 1944 para que el joven Rainiero pudiera suceder a su venerado abuelo Luis II, algo que tuvo lugar el 19 de noviembre de 1949. Con sólo 26 años, el príncipe tenía las ideas claras: quería hacer de Mónaco un verdadero Estado soberano y, si era posible, millonario. Tras 55 años en el poder y haciendo uso de mano de hierro, Rainiero cumplió sus objetivos. Hoy por hoy, el principado no tiene presupuesto y, en cambio, una cifra de negocios que se calcula en más de 9.000 millones de euros (1,5 billones de pesetas) al año.

País de opereta

Louis-Henri-Maxence-Bertrand Grimaldi tuvo una juventud dorada. Pasó por escuelas e internados de Gran Bretaña y Suiza, estudió Ciencias Políticas en Francia e hizo la carrera militar durante la segunda guerra mundial como voluntario en el Ejército de Francia tras el desembarco de los aliados. Fue condecorado con la Legión de Honor. Alguien le dijo que nunca sería más que "el príncipe de un Estado de opereta". Sin embargo, Mónaco es hoy el Estado 183 de la ONU e integrante del Consejo de Europa desde el año pasado. El principado ha ganado un 20% de tierra a costa de hacer retroceder el mar y ahora tiene casi 2 kilómetros cuadrados de superficie. Además, se ha convertido en un centro turístico y financiero con un desarrollo económico sostenido y buena reputación cultural y deportiva.

Rainiero III, príncipe de Mónaco, duque de Valentinois, conde de Carlades, barón de Buis, señor de Saint Rémy, sire de Matignon, conde de Torigny, barón de la Luthumi¨re, barón de Hambye y duque de Mazarin, entre otros títulos, ha sido el soberano más longevo y la cabeza coronada de más edad en Europa.

Tuvo como madrina a la reina Victoria Eugenia y ha conocido a siete presidentes franceses y cinco papas. De todos ellos, según él, sólo tres hombres le impresionaron: el general Charles de Gaulle, el papa Pío XII y el cineasta Alfred Hitchcock.

Y una sola mujer: Grace Kelly. "El único amor de mi vida", dijo el príncipe en varias ocasiones. Se conocieron en el festival de Cannes, se enamoraron y fue como si a Mónaco le hubiera tocado la lotería. El romance llegó cargado de millones y de millonarios norteamericanos --algunos poco recomendables, como Frank Sinatra y sus amigos de la mafia-- que hicieron la fortuna de la familia Grimaldi y de todos los monegascos.

Con todo, la popularidad de Rainiero permaneció intacta e incluso rozó la fascinación. El mayor símbolo de esta prosperidad está sin duda en el sector inmobiliario y las obras públicas, donde se concentran 12.800 de los 40.000 empleos que hay en el mini-Estado. Cuando el príncipe constructor cogió las riendas del país, Mónaco era simplemente un casino en plena decadencia, y la empresa que lo administraba --la Societé des Bains de Mer-- estaba controlada por el armador griego Aristóteles Onassis.

Gracias a una astuta pirueta financiera, Rainiero consiguió echar a Onassis. Se resistió a la tutela francesa hasta llegar a enfrentarse con el general De Gaulle y dotó a Mónaco, en 1962, de una Constitución digna de un Estado independiente. Las críticas son raras y no es de extrañar, puesto que los residentes, para disfrutar de las ventajas fiscales de este paraíso, deben satisfacer las exigencias de sumisión y discreción que el palacio impone para conceder el codiciado permiso de residencia.

La muerte de Grace Kelly en un inexplicado y extraño accidente de coche, en 1982, y los sucesivos escándalos causados por los devaneos de sus hijas, así como el escaso interés que ha demostrado su hijo Alberto por la sucesión, han terminado por dar un tinte de tragedia a la historia de Rainiero. Fanático del fútbol y loco por el circo, de no haber sido príncipe le habría gustado ser "domador", de acuerdo con sus propias palabras. Algunos dicen que por esa razón creó un festival circense hoy mundialmente reconocido.