Declarado ya de facto futuro primer ministro británico, el todavía titular de Finanzas, Gordon Brown, viajó ayer a Edimburgo en un intento de evitar la que se anuncia que va a ser hoy la herida más dolorosa para los laboristas en una jornada electoral de la que no esperan ninguna alegría: la pérdida de la mayoría en el Parlamento de Escocia, donde, según todas las encuestas, ganará el Partido Nacionalista Escocés (SNP), con un proyecto independentista.

Las de hoy serán las terceras elecciones que celebra Escocia desde la devolution de sus instituciones, en 1999, y su resultado amenaza con provocar un terremoto político, tanto en Londres como en Edimburgo. Que Brown sea un escocés de Glasgow no parece que pueda evitar que los laboristas sufran en su bastión tradicional la derrota más amarga de una jornada en la que 39 millones de electores están también llamados a renovar el Parlamento de Gales y los consejos municipales de Inglaterra y Escocia.

De confimarse las encuestas, será la primera vez en 50 años que la roja Escocia dé la espalda a los laboristas. Lo hará votando a favor del SNP que lidera Alex Salmond, quien tiene una prioridad en su agenda: la celebración de un referendo sobre la independencia en el 2010.

Pese a que solo el 38% de los escoceses apoyan hoy la independencia, el horizonte del referendo plantea un gran desafío a Londres.

Las últimas encuestas publicadas ayer redujeron la ventaja del SNP y está claro que los nacionalistas no van a poder gobernar en solitario, al quedarse lejos de los 65 escaños necesarios para la mayoría absoluta en una Cámara de 129 diputados.