Durante los 12 años que vivió en el kibutz Nir Oz, Ori Meiri fue la hija de todos, la hija de una utopía que naufragó. Desde los siete meses se crió en la comuna infantil del kibutz, cooperativas agrícolas creadas por la izquierda sionista a principios del XX. Allí estudiaba, comía y dormía con el resto de niños de la comunidad. Sus padres vivían a un paso, pero las reglas internas solo le permitían verlos unas horas cada tarde. "Fue duro", recuerda esta egiptóloga y añade: "Por las noches mi hermana llamaba a mi madre y yo me escapaba a dormir con ellos cuando tenía pesadillas".

Su historia es parte de la historia del Estado de Israel, que cumple 60 años de vida. En el kibutz no había salarios ni propiedad privada y cada decisión se tomaba conjuntamente tras largos debates bizantinos. La comunidad proveía la ropa, los servicios y los medios de producción. Los adultos trabajaban rotativamente en distintos empleos. "Su modelo", explica Ori, "era el socialismo de la Revolución rusa, una sociedad igualitaria y con justicia social. Cada uno según sus posibilidades y a cada uno según sus necesidades".

MICROCOSMOS Pero estos idílicos microcosmos --Nir Oz tiene 360 habitantes-- desarrollaron un anverso opresor. Pese a que nunca concentraron a más del 10% de la población, los kibutz y moshav --su versión de propiedad privada-- se convirtieron en el vivero de las élites israelís y en la vanguardia del sionismo. Sus miembros, casi exclusivamente judíos askenazís originarios de las regiones frías de Europa, coparon los principales cargos del Estado en sus primeros 30 años.

Pero a mediados de los ochenta, una crisis económica e ideológica puso al kibutz al borde de la extinción. El movimiento se vio obligado a refundarse para sobrevivir con incentivos materiales y más independencia para sus miembros, y apostando por el turismo y la industria.

Para entonces el cambio social ya estaba en marcha. Los viejos ideales de los pioneros dieron paso a una sociedad más materialista e individualista, globalizada. "Hoy el Israel askenazí, secular y liberal, vive en Tel-Aviv o se va del país asfixiado por la religiosidad. Sus hijos ya no son activos políticamente", dice Dror Etkes, exactivista de Paz Ahora.

Ese cambio se refleja en el declive de su presencia en dos de sus bastiones tradicionales: el mando de las unidades de combate del Ejército y la policía. Al frente de las primeras dominan los colonos y la derecha religiosa, mientras sefardís y rusos escalan socialmente en la policía.

En términos económicos, Israel ha transitado de la austeridad a una bonanza autocomplaciente. Grandes compañías de software , armas, biotecnología y fármacos genéricos dan lustre a su desarrollo. Pero casi toda esta riqueza se concentra en la costa, entre Tel-Aviv y Haifa. Otras regiones, especialmente las capitales religiosas como Jerusalén y Bnei Brak, acumulan bolsas de miseria. Un 20% de la población es pobre y unas 15 familias controlan el 55% de los recursos.

UTOPIAS Y RETOS La utopía de justicia social no se materializó, ni el deseo de los pioneros de hacer de Israel un faro moral. Desde hace 41 años, Israel ocupa militarmente a más de cuatro millones de palestinos.

La desconfianza hacia la clase política es absoluta. Y no solo por su tendencia a la corrupción y el abuso de poder. Muchos tildan a sus líderes de gobernar por inercia, sin visión de futuro.

Quizás el mayor reto actual de Israel es su crisis de identidad. Sin paz, ni fronteras, ni una Constitución que marque el rumbo, el Estado judío es hoy un mosaico multicultural de tribus con aspiraciones enfrentadas.