Siempre es mucho más difícil determinar cuándo termina una guerra que identificar cómo se originó. En la de Irak, ni el presidente de EEUU, Barack Obama, ni otros líderes políticos y militares, se llaman a engaño: la declaración del fin de las operaciones de combate realizada por Obama el martes por la noche en un discurso a la nación desde el Despacho Oval y oficializada ayer en una ceremonia en Bagdad señalan el inicio de una nueva época marcada por incertidumbres. Y la única certeza es que Washington, tras siete años y cinco meses de intervención militar, no tiene una victoria que cantar y hoy solo puede apostar por que el paso del tiempo justifique una contienda que el propio secretario de Defensa, Robert Gates, reconoció ayer manchada para siempre por cómo comenzó.

"El problema con esta guerra para muchos estadounidenses es que se demostró que no era válida la premisa con la que justificamos iniciarla, que Saddam tenía armas de destrucción masiva", admitió ayer Gates en Ramadi antes de participar en el palacio Al Faw de Bagdad en la ceremonia de inicio de la operación Nuevo Amanecer (como se ha bautizado la fase poscombate en la que aún se cuenta con 50.000 efectivos en Irak, desde ayer bajo el mando del general Lloyd Austin y dedicados en los próximos 15 meses a la formación de las fuerzas de seguridad iraquís).

UN PAIS DETERMINANTE Gates quiso dejar una puerta abierta al optimismo sobre el futuro de Irak, en entredicho por el bloqueo político que desde hace meses impide la formación de Gobierno en Bagdad. "Si Irak acaba siendo un país democrático, aunque el coste de haber llegado a ese punto habrá sido terrible, el potencial de que sea el núcleo de un cambio significativo en toda la región no se puede infravalorar", dijo el jefe del Pentágono. Tanto él como el vicepresidente Joe Biden y los mandos militares presentes en la ceremonia bagdadí hicieron resonar ayer el tono de contención que usó Obama en su discurso del martes, recibido en EEUU con cierta tibieza.