Eran una mancha granate sobre verde. A primera hora de la mañana, esporádica, solitaria. A medida que pasaron las horas, las manchas menudearon, se juntaron, se abrazaron, lloraron y se convirtieron en una multitud de jóvenes cariacontecidos, abrumados y, en algunos casos, enfurecidos con una prensa que practicó en el hermoso campus --edificios de piedra, grandes zonas de césped-- la caza del estudiante. Eran los universitarios de la Universidad Politécnica de Virginia (UPV), los autodenominados hokies --en honor del pájaro que es su mascota deportiva--, muchos de los cuales se vistieron durante el frío y ventoso día de ayer con las sudaderas y camisetas granates de la UPV.

"Los Hokies pueden estar hundidos, pero no están derrotados", decía un locutor local de Blacksburg --una ciudad que vive por y para el campus-- en su programa de radio 24 horas después de la masacre. "Estoy asustado y furioso. No sé qué puede ocurrir ahora, no sé qué pensar", explicó Timothy Danson, un estudiante de ingeniería de 20 años. Timothy se aloja en el Harper Hall, el complejo de cinco edificios en el que también dormía Cho Seung-hui, el tirador que el lunes sembró el pánico entre los 25.000 estudiantes de la UPV. "Lo conocía de vista. Parecía un chico normal, no tenía mala reputación", narró Timothy, que esperaba la llegada de sus padres para tomarse unos días de descanso.

"Uno de los nuestros"

"No lo conocía personalmente. Solo sé que era un chico de origen asiático, pero eso no importa. Era un hokie, uno de los nuestros". Chase Domiano, un estudiante de primero de 18 años, se acercó al edificio de los alumnos, invadido en todo el sentido de la palabra por la prensa. A Chase le dolía que fuera un compañero el autor de la masacre, que se ha cobrado la vida de un conocido. "Pasamos mucho miedo", rememoró el estudiante, que estuvo encerrado en su aula escuchando los disparos cercanos sin saber qué es lo que estaba ocurriendo. "La universidad debería haber cerrado tras el primer tiroteo", musitó.

Y es que Chase es de los que no entienden cómo es posible que pasaran dos horas entre el primer tiroteo y el segundo sin que nadie advirtiera a los estudiantes. Otros, como Katherine Mason, estudiante de último año de Ciencias Biológicas, sostenían que las autoridades "hicieron lo que pudieron". "Nadie podía imaginarse algo así", razonó Katherine. "Es fácil entrar armas en la universidad. No hay controles ni detectores, solo necesitas la tarjeta para entrar y salir. Estoy muy preocupado", admitió Stephen Scott, estudiante de Ingeniería y residente de Harper Hall.

Interrogado por el FBI

Stephen, como el resto de sus compañeros en esa zona de dormitorios, fue interrogado el lunes por la noche por el FBI. Le mostraron la fotografía de Cho Seung-hui, y lo máximo que pudo decir es que lo conocía "de vista". Ayer, los estudiantes que se alojan en Harper Hall hablaban con la prensa desde las ventanas y trataban de llevar lo mejor posible el circo que se organizó a su alrededor. "No lo conocía en persona" y "no sé quién es su compañero de habitación" fueron las respuestas más habituales. A media mañana, muchos de ellos acudieron al pabellón donde se celebró el memorial en honor de los muertos, presidido por George Bush y su esposa, Laura.

Durante tres horas, los chicos y chicas de la UPV hicieron cola en un silencio contenido, roto para comentar los rumores y noticias que corrían por el campus, tanto la supuesta discusión que Cho Seung-hui mantuvo con su novia y que algunos consideraban ser el origen de la tragedia, como la larga carta de despedida que algunos canales de televisión decían que el asesino había dejado en su habitación. Vestían sus camisetas y sudaderas granates, y algunos, los distintivos de su fraternidad.

Y cuando a las dos y diecinueve minutos de la tarde, sonó el himno estadounidense, los militares rindieron honores, se izó la bandera y dio inicio el servicio funerario, los estudiantes de la UPV se llevaron la mano al pecho granate y lloraron mientras a su alrededor atronaba un sentido minuto de silencio.