El diputado Roberto Jefferson sermoneó: "Todo moralista encubre algo y algún día falla". No hablaba de sí mismo. El telón del gran guiñol político brasileño se abrió para darle el centro de la escena. Cuando las luces lo iluminaron en pleno acto doloso, Jefferson dio una pirueta en el aire y pasó de ser acusado a acusador del Partido de los Trabajadores (PT), que vio evaporarse de su puño izquierdo el capital ético que acumuló durante 25 años. Jefferson soltó la lengua y arrancó aplausos de un sector de la platea. Otros escuchaban azorados. El exministro Olivio Dutra, uno de los fundadores del PT, todavía no sale del asombro por lo que ocurrió: "Un corrupto pasó a ser héroe porque se asumió como tal".

"Un sapo con barba"

La historia de esta crisis empezó hace dos meses, pero la verdadera fecha de inicio puede situarse en el 2002. "Nunca votaré a un sapo con barba", prometió Jefferson antes de la segunda vuelta electoral que consagró presidente a Luiz Inácio Lula da Silva. La del PT fue entonces una victoria con ciertos condicionamientos. Al no obtener mayoría parlamentaria ni tener la posibilidad de aliarse con la socialdemocracia se impuso lo que Dutra llamó una "visión política basada en el pragmatismo y la flexibilización de las relaciones" con otras fuerzas. Así nació un matrimonio de conveniencia con un ejército de legisladores sinuosos.

En Brasil se les conoce como "políticos fisiológicos": cambian una y otra vez de bando con total naturalidad. Se alquilan. Los votos para garantizar la reelección de Fernando Henrique Cardoso --se denunció en su momento-- costaron cada uno 200.000 dólares (162.601 euros).

Jefferson, el mismo que había conquistado notoriedad en los años 80 cuando, con sus 150 kilos, hizo de "abogado de los pobres" en el programa televisivo El Pueblo en la TV , aquel que en 1992 fue tropa de choque del corrupto presidente Fernando Collor de Mello y dos años más tarde estuvo involucrado en el entramado de propinas de la Comisión de Presupuesto, le puso, como otros, precio a su "lealtad". El PT aceptó y su partido, el derechista PTB, recibió a cambio unos 10 millones de dólares (8.130.081 euros) Jefferson se lanzó a ponderar a Lula y a su entonces brazo derecho, José Dirceu. Pero quiso más: avanzar en el control de sectores estatales. Dirceu lo dejó en evidencia y el diputado, viejo amante de la ópera, decidió cantar sus verdades sobre las "mensualidades" que pagaba el PT.

Cuando se lanzó al ataque, Jefferson dijo estar "sublimando" su mandato, transformando sus impulsos sexuales en otra cosa. "Vuestra excelencia provoca mis instintos más primitivos y tengo miedo a las consecuencias", le dijo a Dirceu durante su careo en la comisión de ética que lo juzga. Muchos oyeron un mensaje mafioso.

En su caída, Jefferson se quiere llevar a más de uno. El presidente del Partido Liberal (PL), Valdemar Costa Neto, involucrado en los sobornos, renunció a su cargo para evitar ser juzgado. Pero ni siquiera su exesposa, María Christina Caldeira, lo defendió. "Quiere fingir que nada sucedió y en el 2006 volver a ser elegido", dijo. Algunos gestos de arrojo ético se reflejan en el espejo de la crisis como una farsa. Fernanda Karina Somaggio, exsecretaria de Marcos Valerio, el dueño de la caja negra con la que el PT pagaba a sus aliados, dio datos a la comisión parlamentaria investigadora y Playboy ofreció premiarla con una portada. Ella pidió más de 1.600.000 euros por el desnudo.

Contadas excepciones

El político "fisiológico" no suele conocer la punición. Ni siquiera Inocencio Oliveira, del derechista Partido Federal Liberal (PFL, feroz opositor a Lula), ha visto terminar su carrera política luego de comprobarse que esclavizaba a los trabajadores de su campo. Las excepciones han sido tan contadas como flagrantes: Hildebrando Pascoal, también del PFL, fue acusado de asesinar con una sierra eléctrica a un policía. Es tan escandalosa la impunidad, que ahora el Congreso, para mejorar su imagen, analiza expulsar a 18 legisladores. Jefferson es candidato seguro a la defenestración.

Mientras se esperan nuevas revelaciones del vínculo entre Valerio y el PT, un Lula enfurecido advirtió de que "pagará quien tenga que pagar". Pero ni su Gobierno ni la política volverán a ser iguales.