Para algunos familiares de víctimas, son puentes hacia la comprensión de lo incomprensible; para otros, un trauma necesario; para otros, un reto imposible; y para otros, un riesgo. Para responsables públicos son otra oportunidad para aprender de errores que, de no haberse cometido, quizá, sólo quizá, habrían evitado alguna muerte, y hubo 2.749. Para cualquiera que estuviera en Nueva York el 11 de septiembre del 2001, son otra punzada, un escalofriante viaje al pasado. Por el derecho a la libertad de información, las voces del 11-S vuelven a oírse. Semanas antes del cuarto aniversario de los atentados, la herida sangra. Otra vez.

Obligada por una demanda presentada por The New York Times, a la que se sumó un grupo de familias de fallecidos en las Torres Gemelas, la ciudad de Nueva York hizo públicos el viernes miles de testimonios sobre lo ocurrido aquella mañana en el sur de Manhattan. Son registros de llamadas y comunicaciones de los servicios de emergencia y recuentos posteriores de la experiencia de los bomberos, paramédicos y técnicos médicos de emergencias.

La decisión de crear esta importante pieza de historia oral la tomó Thomas Von Essen, máximo responsable de los bomberos en aquel entonces. La tarea de recopilarla fue dura, angustiosa, a veces insoportable. Y a una pelea en los tribunales de un diario se debe el hecho de que sea pública, tras superar la reticencia de unas autoridades que alegaban motivos de seguridad para guardar en secreto esta parte de la historia que precisa de 23 discos compactos para ser contada.

"No sé si estas cintas revelarán algún detalle, pero quizá me puedan ayudar a entender mejor lo que pasó. Creo que quizá los bomberos serán más descriptivos con cosas como qué pasó con la gente que saltó de los edificios, y a mí me gustaría comprender la intensidad del pánico y la amenaza del fuego", declaró al Times Richard Pecorella. El vio una imagen de su novia, Karen Judy, junto a una ventana y con fuego detrás, en la planta 101 de la torre norte. Está convencido de que en otra foto "está cayendo".

No todos comparten su curiosidad o los dolorosos efectos colaterales que puede tener saciarla. "Es útil saber qué fue mal, pero no lo es oír a un padre llorando despidiéndose de su familia", ha dicho Jennifer Gradner, que perdió a su marido Douglas en la torre norte. "Necesitamos saber. Pero yo no quiero saber", dice.