Han tenido que pasar 20 años para que Al Fatá, el mascarón de proa de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) fundado en el exilio por Yasir Arafat hace medio siglo, se decidiera a celebrar un nuevo congreso para renovar sus filas y adaptar su programa político a los nuevos tiempos. Más de 2.000 delegados llegados de todo el mundo asistieron ayer a su apertura en Belén con la intención de devolver el empuje a un partido desprestigiado por la corrupción, las divisiones internas, la vejez de su liderazgo y los escasos avances políticos.

A las puertas del recinto, la excitación era visible. Viejos camaradas que llevaban años sin verse o pisar su tierra natal se reencontraban entre abrazos. Desde la muerte de Arafat en el 2004, Al Fatá está en caída libre. Ha perdido el control de Gaza y el respeto de buena parte de la sociedad palestina, como demostró su derrota electoral del 2006. Está inmerso en una lucha intestina con Hamás con un elevado coste político. El miedo a los islamistas ha activado la cooperación de la Autoridad Nacional Palestina con Israel.

Tampoco convence la extrema moderación impuesta por su líder, el presidente Mahmud Abbás, basada en la carta de las negociaciones y el abandono de la lucha armada. Algunos la consideran una postura de sumisión frente al inmovilismo israelí.

SANGRE FRESCA Estas cuestiones se debatirán antes de votar el nuevo programa político. Quizás lo más urgente del congreso, que elegirá a los nuevos miembros del Comité Central y del Consejo Revolucionario, es inyectar sangre fresca en la gerontocracia que comanda el partido y satisfacer las ansias de poder de la generación que lideró las dos Intifadas.

El congreso se prolongará hasta mañana. Hasta el último momento hubo dudas de que se celebrara, después de que Hamás impidiera salir a 350 delegados de Gaza.