Hace 15 años el mundo entero admiraba el milagro Mandela. Suráfrica desmantelaba el régimen racista del apartheid, elegía su primer presidente negro y culminaba con éxito una de las transiciones políticas más complejas del siglo XX. "No las teníamos todas con nosotros --recuerda el analista político Allister Sparks--. Vinieron periodistas de todo el mundo a cubrir cómo otra nación africana se desangraba en una guerra civil, que era lo más probable". Como al final no sucedió "enfundaron sus cámaras y se fueron a Ruanda", cuenta.

Sin desmerecer aquellos increíbles logros y los incuestionables avances que ha experimentado Suráfrica, la realidad señala que el milagro quedó a medias para millones de surafricanos. Pese a la reducción de la pobreza del 51% al 41% y la construcción de casi tres millones de viviendas sociales, aún hay más de un millón de familias viviendo en chabolas, más de una cuarta parte de los trabajadores están en paro y unos 10 millones de personas viven con menos de un dólar al día.

Subiendo la calle John F. Kennedy, en el sur de Durban, la tercera ciudad de Suráfrica, se encuentra el barrio de chabolas que lleva el nombre del presidente de EEUU que prometió acabar con la pobreza en el mundo. Aquí está la sede de Abalhali baseMjondolo, un movimiento de chabolistas que se enorgullece de estar tras algunas de las protestas que las últimas semanas han sacudido el país. Desde la parte alta del barrio se ve el enorme basurero colindante y más allá, los inmensos rascacielos de la ciudad y la magnífica bahía de Durban. S´bu Zikode, presidente del movimiento, recuerda que hace más de 20 años que ocupan estas tierras para reclamar al Gobierno vivir en ellas: "Cuando empezamos a luchar estaba el apartheid. Hoy está el CNA el gobernante Congreso Nacional Africano, pero nosotros seguimos igual", explica.

Vida precaria

¿Qué significa "igual"? "Vivir en una chabola --sigue-- implica sufrir la lluvia y el frío, correr el riesgo de morir en un incendio o de cualquier enfermedad porque las cloacas son al aire libre, y compartir un baño químico y un grifo con miles de personas".

Zikode se enfurece cuando cuenta que el Gobierno, en vez de cumplir su promesa de construir casas para todos, les quiere echar de las tierras que ocupan. "Al menos que nos den la tierra y ya haremos nosotros las casas".

Excepto un coche calcinado y restos de neumáticos de las barricadas, nada indica que hubo una violenta revuelta en Diepsloot (norte de Johannesburgo) días atrás. Aquí viven cerca de medio millón de almas, una cuarta parte de ellas en chabolas de lata y cartón. "Los cortes de luz son habituales, nadie tiene trabajo y los concejales se venden las viviendas sociales", dice Bushy.

La chispa que prendió esta vez la mecha fue el intento municipal de echar a 300 familias de sus chabolas para construir unos pisos que no podrán comprar. Las condiciones de los habitantes de John F. Kennedy y de Diepsloot son una triste realidad para millones de sus compatriotas. Gente que luchó contra el apartheid con la esperanza de mejorar sus vidas. Hoy, la diferencia entre ricos y pobres es mayor. El estilo de vida de los jefes del CNA está "tan alejado del surafricano corriente como podía estarlo el de los dirigentes del apartheid ", dice el periodista Max Du Preez. Pero la diferencia es que el CNA "prometió acabar con la pobreza y no cumple".