Oficialmente abandonará el puesto el 31 de diciembre. Pero Carla del Ponte se despidió hace unos días del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY), del que ha sido fiscala jefa durante ocho años, con un regusto amargo. Atrás queda una carrera de 30 años persiguiendo a mafiosos italianos y a criminales de guerra.

Esta jurista suiza de 60 años, divorciada y con un hijo, empezó a ganar notoriedad en la década de los 80. Después de haber ejercido la abogacía privada, fue jueza investigadora en su Lugano natal, fiscala del distrito y, finalmente, se convirtió en la fiscala del Estado de Suiza. Fue entonces cuando demostró que, para ella, nadie es lo suficientemente poderoso para estar por encima de la ley.

Del Ponte investigó, junto al juez Giovanni Falcone, la denominada conexión de la pizza y puso al descubierto los lazos entre la Mafia siciliana, el tráfico de drogas en Italia y el blanqueo de dinero en Suiza. Esto la llevó a enfrentarse con la Cosa Nostra que le dedicó el apelativo de La puttana (La puta). El juez Falcone fue asesinado por la Mafia. Del Ponte tuvo más suerte: la media tonelada de explosivos que alguien había escondido en los cimientos de la casa que la fiscala poseía en Palermo fue descubierta a tiempo. Desde entonces, siempre ha estado rodeada de escoltas y viajado en vehículos blindados.

Huella profunda

El asesinato de Falcone dejó en ella una profunda huella y reforzó todavía más su determinación de luchar contra el crimen organizado. Otro de sus principales objetivos fue el secretismo de los bancos y las instituciones financieras suizas que, a su entender, facilitaba el crimen internacional. Un banquero le colgó el mote de el misil no guiado . Pero Del Ponte se salió finalmente con la suya y Suiza reformó la legislación bancaria.

La figura de Del Ponte irá siempre unida a la de Slobodan Milosevic, al que consiguió sentar en el banquillo de los acusados. Pero el expresidente yugoslavo no fue el primer mandatario al que echó el ojo. Desde la fiscalía suiza, congeló las cuentas bancarias de la exprimera ministra paquistaní Benazir Bhutto e implicó al expresidente ruso Boris Yelsin en un escándalo financiero.

Del Ponte ha sido la tercera fiscala que ha tenido el TPIY desde su creación en 1993. El primero, el surafricano Richard Goldstone, merece un monumento por haber inculpado de genocidio y procesado dos veces, en 1995, a los dirigentes político y militar de los serbios de Bosnia, Radovan Karadzic y Ratko Mladic, mientras EEUU y la Unión Europea todavía negociaban con ellos. Lo vergonzoso es que, 12 años y medio después, ambos siguen siendo prófugos de la justicia, como Del Ponte no se ha cansado de denunciar.

A la canadiense Louise Arbour, que relevó a Goldstone en octubre de 1996, correspondió el honor de hacer de Milosevic el primer jefe de Estado aún en el poder inculpado por la justicia internacional. Arbour le procesó, en mayo de 1999, por crímenes en Kosovo. Del Ponte añadió dos nuevas actas de procesamiento: una por Bosnia y otra por Croacia.

Cuando Del Ponte se hizo cargo de la fiscalía del TPIY en septiembre de 1999, el tribunal había inculpado a 65 personas y había dictado ocho sentencias. Ahora que se va la única fiscala que ha servido dos mandatos de cuatro años, los procesados son 161. Aparte de los cuatro prófugos que quedan, solo 11 acusados están aún a la espera del inicio de su juicio. Estos datos ilustran el largo trecho recorrido. Criminales destacados han acabado entre rejas. Pero la era Del Ponte será recordada por un único caso, el de Milosevic, su mayor triunfo y, a la vez, su mayor fracaso.

La extradición de Milosevic a La Haya en el 2001 proporcionó el momento de mayor gloria. Su muerte, en marzo del 2006, cuando el juicio hacía ya cuatro años que duraba, constituyó el mayor fiasco. El TPIY se quedó sin poder dictar sentencia contra el acusado de mayor postín y cientos de miles de víctimas con el sentimiento de que nunca se haría justicia.

Entonces llovieron las críticas. Muchos recriminaron a Del Ponte que se hubiera empeñado en combinar los tres procesamientos en un único juicio, cuando podía haber optado por procesos separados, lo que hubiera permitido concluir al menos una de las causas. Otros se quejaron de que la minuciosidad con que abordó cada detalle prolongó el juicio en demasía. Hubo también quien le reprochó que hubiera permitido a Milosevic convertirse en la "estrella" del juicio, pero, en honor a la verdad, eso era casi seguro imposible de evitar.

El exfiscal del TPIY Geoffrey Nice, que fue su adjunto en el caso Milosevic y con quien mantuvo una relación conflictiva, dijo recientemente que Del Ponte "no se lució, ni como jurista, ni como mánager, ni como líder". La acusó también de haberse entrometido demasiado en la política.

Carácter arisco

Es posible que su carácter arisco y de trato difícil le creara más enemigos de los estrictamente necesarios. Pero su perseverancia y compromiso con las víctimas están fuera de toda duda. Su tozudez está más que probada. Se la bautizó también como la dama de hierro ; en cierta ocasión emuló efectivamente a Margaret Thatcher cuando, en el Parlamento de Belgrado, golpeó la mesa y exclamó: "Quiero mis fugitivos".

Del Ponte quiso dar más visibilidad al Tribunal Penal Internacional para Ruanda, del que, al igual que sus predecesores, también era fiscala, hasta que, en el 2003, la ONU decidió separar los dos cargos. Era una tarea demasiado compleja para ser gestionada a tiempo parcial y desde otro continente.

La que ha sido una fiscala incombustible se marcha resentida porque cree que la comunidad internacional ha hecho muy poco por lograr la captura de Karadzic y Mladic. Ahora iniciará una nueva etapa como embajadora de Suiza en Argentina. Sin duda, será una experiencia distinta. La diplomacia nunca ha sido su fuerte.