Javier Solana ha hablado de la existencia de una confrontación entre la visión religiosa de la Casa Blanca de los asuntos mundiales y la secular y racionalista de los europeos. No es exactamente lo mismo que la división de la alianza que hiciera Robert Kagan entre europeos kantianos --que creen en la razón, el compromiso y el acomodo-- y norteamericanos hobbesianos --que utilizan el poder militar para reordenar el mundo en beneficio supremo, entre otros, de los irresponsables europeos--.

Según la política de EEUU y los intelectuales citados por el historiador Timothy Garton Ash en la última New York Review of Books, los europeos son "débiles, petulantes, hipócritas, desunidos, arteros, a veces antisemitas y a menudo pacificadores antiamericanos". Y como ha afirmado Bush, asumiendo las palabras de Jesús (Mateo 12:30), "el que no está conmigo, está contra mí".

No obstante, la religiosidad de la Administración de George Bush sólo es una de las líneas del protestantismo norteamericano moderno, aunque hoy sea importante. Esta deriva del dualismo puritano/evangélico del protestantismo estadounidense, que divide al género humano entre los que se salvan y convierten y los pecadores. Esta visión de un universo moral partido en dos se transfiere con gran facilidad a la política exterior del país.

Mientras que Bush es un converso y en su Casa Blanca hay muchos protestantes evangélicos, resulta difícil percibir a los Donald Rumsfelds, Paul Wolfowitzes y Richard Perles de la Administración como integrantes de esa tendencia. Se trata de burócratas e ideólogos duros, orientados hacia el poder y neoconservadores, además de judíos. Por su parte, la alianza se ve obligada a adoptar una posición bastante cínica.

Sin embargo, por lo que respecta a la confrontación trasatlántica de culturas políticas, hay un hombre que tuvo una gran influencia religiosa en el pensamiento político norteamericano moderno: el teólogo Reinhold Niebuhr. Ya a principios de los años 30, le preocupaba el uso del poder en las relaciones internacionales. La población religiosa tendía entonces a sentirse incómoda con el poder. Se sienten inclinados a responder a los graves conflictos de intereses e ideológicos internacionales con un pacifismo sentimental.

Neibuhr lo rechazaba, como parte de su aceptación de la sociedad posterior a la primera guerra mundial y a causa del ascenso de los regímenes totalitarios en los años 20 y 30. Le inquietaba esa zona de encuentro entre ética y poder, defendía la necesidad del poder en el ordenamiento de la sociedad y se negaba a ceder en cuanto las normas éticas. El historiador y diplomático George Kennan le llamaba "el padre de todos nosotros", refiriéndose a los que pertenecen a la tradición intelectual realista en la política exterior de Estados Unidos. La tradición está casi ausente en su Gobierno. Y en la Casa Blanca de Bush. Pero también parece tener escasa influencia sobre el pensamiento y la práctica política europea poscristiana moderna, propensa a lo que Niebuhr consideraba la ilusión de que las instituciones puedan rediseñar la sociedad por sí solas.

Las instituciones de la UE han contado con una efectividad sin precedentes en la reestructuración de la sociedad europea occidental desde la guerra. Pero también cosecharon un gran fracaso con su tratamiento de la crisis de los Balcanes en los años 90. EEUU también ignoró esa crisis, aunque, finalmente, forzó a la OTAN a usar su poder para detener la guerra. Los europeos debieron contenerse con desgana de emitir juicios morales y políticos. Querían mantener las manos limpias (y fracasaron). Como dijo el poeta Charles Peguy, tener las manos limpias puede significar que no se tienen manos.

El problema de este Gobierno norteamericano es que sus realistas --los neoconservadores-- no son en realistas, mientras que el presidente y sus asesores políticos nacionales son superficiales y simplistas. No son realistas porque están empujando al país a un ataque contra Irak basándose en escenarios mediatizados e ideologizados para una guerra fácil y una transformación democrática aún más fácil de Oriente Próximo. Y excluyen otras posibilidades.

También son poco realistas en que no sienten compasión o empatía por el enemigo. Este fracaso es ético. Significa que subestiman lo que representa. Los europeos son más realistas y temen lo que suceda en la región. Pero no tienen poder, y no lo quieren.