Es un acto reflejo: tras una tropelía norcoreana, el mundo mira a China. No faltan vínculos desde que Mao enviara oleadas de soldados al frente de la guerra de Corea y dijera sentirse tan cercano a los camaradas norcoreanos como "los labios a los dientes". Kim Jong-Il, un tirano tan poco viajado, llegaba este año a Pekín para presentar a su heredero. Según la conciencia global, China podría embridar a su aliado con un chasquido de dedos.

La realidad es distinta, sostienen los expertos. Pyongyang diseña su estrategia sin el permiso chino. Robert Shaw, un experto estadounidense, recordaba estos días que "hay una tendencia a sobrevalorar la influencia china con Corea del Norte". De aquel viaje trascendió que el presidente chino, Hu Jintao, pidió a Kim una comunicación más fluida para evitar sorpresas, y le presionó para negociar su programa nuclear.

EMPATIA CON EL SUFRIMIENTO Los dirigentes globales afean la complicidad de China. Solo en los casos más extremos Pekín ha permitido las sanciones de la ONU. Vetó, por ejemplo, la condena tras el hundimiento de la corbeta Cheonan . Y tras el reciente ataque a la isla se ha quedado sola manifestando su "preocupación" en contraste con la sonora condena global.

Hay razones empáticas y geopolíticas para el tutelaje de Pekín. Los chinos se reconocen en el sufrimiento norcoreano, tan cercano al que provocó la Revolución Cultural. Pekín alega que si detuviera el envío de energía y ayuda humanitaria, como exige la comunidad internacional, el país entraría en colapso y por sus fronteras se colarían millones de norcoreanos. Tampoco le atrae la idea de una Corea reunificada bajo la influencia que EEUU ejerce en Seúl. Eso, sin el tapón norcoreano, supondría miles de tropas norteamericanas en su puerta de atrás. Washington ha desplegado una creciente presencia militar en el Pacífico, especialmente en Japón y Corea del Sur, que enerva a Pekín.

Pekín apadrina las conversaciones a seis (junto a ambas Coreas, EEUU, Rusia y Japón) que pretenden acabar la carrera armamentística de Pyongyang a cambio de reconocimiento internacional y ayuda. Los esfuerzos chinos por arrastrarla a la mesa de negociaciones no han sido tibios, lo que le ha costado más de una vez perder cara, un asunto serio en China.