Desde que el presidente egipcio, Hosni Mubarak, se sometiera en marzo a una intervención quirúrgica en Alemania, las especulaciones sobre su salud no han dejado de engordar. La teoría más extendida es que sufre un cáncer, circunstancia que unida a sus 83 años ha abierto el debate sobre la sucesión. Pero todo son incógnitas. Aún no se sabe si abandonará antes de las presidenciales del 2011 o si morirá con las botas puestas.

En 29 años en el poder, nunca ha nombrado un vicepresidente, ni siquiera después del atentado que sufrió en 1995 en Etiopía. Todo indica que Mubarak transferirá el poder a su hijo Gamal, de 47 años, un banquero formado en los despachos egipcios y londinenses del Banco de América y adoptado por la nueva élite económica como su caballo ganador. El camino para la sucesión dinástica está allanado.

Hace ocho años Gamal fue nombrado secretario general del comité político del partido gobernante, desde el que se cocinan muchas de las políticas gubernamentales. Desde allí, Gamal ha dirigido el proceso de privatizaciones. La pregunta es si contará con el indispensable respaldo del Ejército. Su partido, según la prensa egipcia, está dividido. La nueva guardia le respalda, pero la vieja prefiere a uno de los suyos. Sea como fuere, es casi imposible que alguien fuera del partido pueda suceder a Mubarak, después de que el régimen se blindara al cambiar la ley electoral.