Nick Clegg se tomó ayer un breve permiso de paternidad en la carrera electoral contrarreloj que disputa al conservador David Cameron y el laborista Gordon Brown. El líder liberaldemócrata quería pasar el sábado con sus hijos, Antonio, de 8 años, Alberto, de 5, y Miguel, de 1. Los tres llevaban en España, con la familia materna, desde Semana Santa, sin poder volver a Londres a causa de las cenizas volcánicas. Clegg pertenece a una generación, al igual que Cameron, en la que el papel familiar de los hombres ha cambiado. En sus vidas hay más igualdad en la pareja y mayor responsabilidad en el cuidado de los niños.

Ambos tienen 43 años, ambos vienen de un medio social privilegiado, han estudiado en los mejores colegios privados y en las más prestigiosas universidades (Cambridge y Oxford, respectivamente). Pero Cameron, pese a ir en bicicleta y empujar el cochecito de su hija por las calles de Notting Hill, no ha logrado quitarse la imagen de casta elitista, que en estos tiempos pesa como una maldición sobre los tories. Clegg, en cambio, ha tenido la habilidad de presentarse como un rebelde con causa y a su partido, como la nueva alternativa frente a laboristas y conservadores, las dos viejas y gastadas formaciones.

Los primeros sondeos publicados ayer, tras el segundo debate televisado del jueves, confirman que la Cleggmanía tendrá consecuencias en la política británica. En la encuesta de YouGov para The Sun (conservadores, 34%; laboristas, 29%, y liberales, 29%), los dos primeros se quedaban como estaban y el último subía un punto. En la del Daily Mail , los tories aumentaban tres puntos (34%) y los liberales bajaban uno (29%), mientras los laboristas seguían sin variaciones, en la tercera posición (26%).

Desprecio

Aunque Clegg no es ni por asomo un rebelde y aunque los liberales tienen un historial político aún mas antiguo que el de de los laboristas, el mensaje de la alternativa al bipartidismo ha calado. El terreno estaba abonado. Los británicos han llegado a estas elecciones hartos de 13 años de laborismo, sin olvidar las engañosas circunstancias en que Tony Blair les metió en la guerra de Irak y sintiendo un creciente desprecio hacia una clase política enlodada en el escándalo de los gastos parlamentarios.

Los periodistas que seguían a Clegg al principio de la actual campaña cabían en una furgoneta. Ahora hacen falta un par de autobuses para el séquito de micrófonos y cámaras. El vuelco ha sido en los debates. Cameron ha pagado el precio de sus propias tácticas. En el pasado, el conservador había retado a Brown a debatir ante las cámaras, sin que el primer ministro respondiera a la invitación. Cuando el laborista le dio más tarde el , era imposible excluir a Clegg. Con un estilo simple y fresco, el eterno marginado canalizó la frustración y los deseos de cambio de muchos británicos.

Tanto Cameron como Brown tienen por delante un futuro difícil en el que tendrán que contar con los liberales. Los dos atacan a Clegg, pero al mismo tiempo deben bailarle el agua, sabiendo que requerirán su ayuda. A cambio de un futuro apoyo, el jefe liberaldemócrata exigirá la reforma de un sistema electoral injustificable.