Mao se escondió del mundo, Deng Xiaoping se abrió a él y Xi Jinping pretende pilotarlo. El presidente actual ha adoptado como misión vital recuperar la primacía global que China disfrutó durante buena parte de la Historia y perdió al descolgarse de la revolución industrial. Esos dos siglos oscuros que las potencias occidentales aprovecharon para esquilmarla equivalen en el conjunto histórico a bajar a por tabaco.

Mao gobernó un país empobrecido que sólo despuntaba en demografía mientras Xi heredó la segunda economía mundial ya enfilada a relevar a Estados Unidos. La hoja de ruta que Xi desveló en el Congreso del partido del pasado año anunciaba que “la gran renovación de la nación china” llegaría en 2035 y que permitiría al “pueblo chino alzarse orgulloso entre las gentes del mundo”. Le ayuda el contexto. La dejación de funciones estadounidense tras la llegada de Donald Trump y la pertinaz debilidad política europea han dejado un hueco de liderazgo que China está entusiasmada con ocupar.

Los esfuerzos de Xi no son tibios. Desde 2013 ha visitado 56 países de los cinco continentes, recibido a 110 jefes de estado y ejercido de anfitrión en cumbres internacionales de todo tipo. El presupuesto en diplomacia se ha doblado durante su lustro en la presidencia hasta rozar los 10 mil millones de dólares anuales en 2018, según datos de Pekín.

Xi lidera hoy junto a Europa la lucha contra el cambio climático frente al abandono estadounidense e impulsa el libre comercio en nidos ultracapitalistas como el foro de Davos cuando el mundo lidia con el neoproteccionismo de Washington y Londres. Y se esfuerza en diseñar un nuevo orden después de haber lamentado largamente la infrarrepresentación que padece junto al mundo en desarrollo en los órganos que han regido la economía del último siglo como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional. Su Banco de Inversiones e Infraestructuras Asiáticas ha atraído al grueso de la comunidad internacional a pesar del boicoteo organizado por Barack Obama, su Nueva Ruta de la Seda cuenta con proyectos comerciales en Europa, Latinoamérica o el Ártico y también lidera el Banco de Nuevo Desarrollo. Las tres iniciativas suman un capital de 200 mil millones de dólares. Pekín es consciente que la influencia política siempre sigue a la económica.

Actitud beligerante

China también pretende estrechar la inmensa brecha que media aún entre su poderío militar y su influencia política y económica. Dos semanas atrás desveló un aumento del 8,1 % en su presupuesto de Defensa, sólo ligeramente por encima del crecimiento de su PIB y aún cuatro veces inferior al estadounidense, pero que inquieta en el mundo porque viene acompañado de una actitud cada vez más beligerante en sus conflictos territoriales. En las aguas del Mar del Sur de China, donde acumula pleitos con seis naciones, levanta islas artificiales con desprecio a la legalidad internacional.

Existen razones para el nerviosismo de algunos gobiernos por el giro agresivo chino desde la llegada al poder de Xi, asegura Tong Zhao, experto en seguridad del Centro Carnegie Tsinhua. “Con un proceso de toma de decisiones tan centralizado, queda poco espacio para los debates domésticos saludables en aspectos importantes de política externa. Ni los expertos ni los académicos se atreverán a contradecir las opiniones de los líderes. Esta es la receta para políticas equivocadas”, señala.

Xi ha enterrado la prudencia que aconsejaba Deng Xiaoping durante la apertura y el perfil grisáceo de su predecesor, Hu Jintao. El presidente camina hacia la cúspide global con pasos firmes, fragorosos y desacomplejados.