Con escobas o bulldozers, un ejército de operarios de limpieza se afanaba ayer en borrar las huellas bélicas. La tarea es hercúlea: no solo son los tres kilómetros cuadrados que ocupó el fortín rojo en el barrio comercial de Bangkok, sino las decenas de edificios quemados por vándalos en las horas siguientes al desalojo. El ritmo es vivo, como si urgiera recuperar un escenario de normalidad. No había rastro ayer de las barricadas de ruedas y cañas de bambú en las puertas del parque Lupini. Solo las cicatrices de las cadenas de los blindados sobre el cemento en la avenida Silom revelaban su presencia ahí el miércoles. "Tiempo de reconstruir", titulaba ayer en portada The Nation, un diario de Bangkok. Unicamente la reparación de los edificios dañados en la capital costará 40 mil millones de bahts (unos 1.000 millones de euros).

El gran reto que afronta el país es otro, como recordaba un editorial del Bangkok Post: "Nadie sabe cuánto costará cerrar las profundas divisiones abiertas en la sociedad tailandesa".

15 MUERTOS EN LA REVUELTA A esa línea se abonó el primer ministro tailandés, Abhisit Vejjajiva, en su primera comparecencia pública desde que el Ejército finiquitara la revuelta de los camisas rojas a tiro limpio y causara 15 muertos. "Podemos reparar las infraestructuras y edificios, pero lo más importante es curar las heridas emocionales y restablecer la unidad del pueblo", dijo. Habló desde la base militar donde está recluido desde el inicio de la crisis. En el mensaje, emotivo, evitó el revanchismo, pero también cualquier sombra de culpa --dijo de la operación que era "necesaria" y cumplía los "estándares internacionales"-- y el nudo gordiano del asunto: cuándo convocará elecciones generales.

Desde Japón, el ministro de Finanzas, Korn Chatikavanij, mostraba dudas de que puedan cumplir el mandato hasta el 2012 y no descartó convocarlas para noviembre, como ofreció Abhisit en lo más crudo de la crisis y antes del desalojo. Los rojos acusan al Gobierno de ilegítimo y de favorecer a las clases pudientes.

Los líderes de la revuelta que se entregaron afrontan cargos de terrorismo y atentado contra la corona. Varias granadas fueron halladas en un edificio de oficinas, según la prensa local. También un contenedor de gasolina en un camión que, de haber explotado, podría haber destruido un puente cercano.

TOQUE DE QUEDA Ajenos a los asuntos políticos, los ciudadanos intentan recobrar cierta rutina diaria. Los colegios, muchos trenes y negocios siguen cerrados. En la zona de Silom, cercana al campo, los que han abierto lamentan la falta de clientes. La ciudad ha recuperado sus atascos, probablemente los peores de Asia. Pero cuando cae la noche desaparece cualquier rastro de vida. El toque de queda, aquí y en 23 provincias (la tercera parte del total), seguirá hasta hoy, aunque es difícil entenderlo por la absoluta ausencia de incidentes. Tailandia no declaraba un toque de queda desde el año 1992. En la localidad de Pattaya, ciudad costera y turística conocida por sus miles de burdeles, se levantó ayer.

Mientras Abhisit llamaba a la reconciliación en la capital, a cientos de kilómetros se defendía lo contrario. Unos 300 camisas rojas eran recibidos como héroes en la estación de tren de Chiang Mai, en el norte, por una multitud que ondeaba banderas rojas. "Espero instrucciones de mis líderes. Ahora me voy a mi arrozal, pero no me rindo. Por cada camisa roja muerta, surgirá un millón más", aseguró un granjero a la agencia AFP. La revuelta roja, empezada dos meses atrás, ha costado 80 vidas.