El hundimiento del submarino nuclear ruso Kursk , en agosto del 2002 se saldó con 118 muertes. Más allá de la tragedia, el desastre del buque insignia de la flota rusa fue un golpe mucho más duro para Moscú que el que ha supuesto para Pekín el hundimiento del incógnito submarino chino. Ambos incidentes están, sin embargo, unidos por el secretismo de las autoridades.

El Kremlin ocultó lo sucedido a la opinión pública rusa durante casi 24 horas. Y el presidente ruso, Vladimir Putin, no dio la cara hasta cuatro días después del hundimiento. Entonces, calificó lo ocurrido con el Kursk de situación "extremadamente grave y crítica", y reconoció que no llegaban ya señales de vida procedentes del sumergible. Esas declaraciones de un presidente recién elegido parecieron insuficientes y llegaron demasiado tarde.

Según varios medios de comunicación rusos, Putin partió de vacaciones cuando ya debía conocer la tragedia. El asombroso silencio de Putin ante la crisis del Kursk provocó un alud de críticas. Una fue que el presidente no se había movido antes porque no iba a obtener ninguna ventaja política con ello.

Finalmente, y por primera vez en la historia de la extinta Unión Soviética y de Rusia, el Kremlin ordenó aceptar ayuda extranjera a sus militares, criticados por la falta de determinación a la hora de tomar decisiones. Nunca antes el Gobierno ruso había reconocido la impotencia de un país que se distingue precisamente por no reconocer errores.