Un grupo de hombres fuertemente armados, con los rostros cubiertos y vestidos de negro, irrumpieron ayer por la mañana en un barrio de Bagdad y ejecutaron a plena luz del día a más de 40 civiles, todo ellos de confesión suní. Aunque nadie se atribuyó ayer la masacre, todo parece indicar que es obra de las milicias chiís. Este asesinato masivo es uno de los peores episodios de violencia sectaria en el país y vuelve a poner en entredicho el plan de seguridad que el Gobierno impuso hace un mes, con el despliegue de una fuerza adicional de 50.000 hombres.

Los asesinos se movieron a sus anchas durante varias horas por el barrio de Jihad, en el oeste de Bagdad. Levantaron controles en las calles, interceptaron a los transeúntes e incluso irrumpieron en algunas casas. La misión era matar al mayor número posible de sunís. La sentencia de muerte estaba escrita en el carnet de identidad de cada víctima. Los que tenían tarjetas con nombres sunís fueron separados y abatidos a tiros.

Alaa Maki, portavoz del Partido Islámico de Irak, dijo que entre las víctimas hubo mujeres y niños. Explicó el caso de una mujer que fue abatida a tiros junto a su hijo después de que los asaltantes le dieran un plazo de 10 segundos para huir. Gran parte de los asaltantes eran adolescentes. "Estos ataques demuestran que las milicias buscan arrastrar a Irak a la guerra civil", dijo Adnan al Dulaimi, uno de los líderes políticos sunís.

Los asesinos huyeron del lugar cuando acudieron fuerzas estadounidense e iraquís. Algunas fuentes apuntaron ayer que la matanza fue la respuesta de los chiís al atentado con bomba cometido contra la mezquita chií de Zahra, en el que murieron tres personas.

Y la respuesta a la masacre de civiles llegó también en forma de venganza. Horas después, dos coches bomba explotaron en un intervalo de cinco minutos junto a una mezquita chií y causaron 19 muertos y 60 heridos.