Mucho ha insistido la ministra israelí de Exteriores, Tzipi Livni, en que la guerra en Gaza serviría a los intereses del pueblo palestino, reforzando a los moderados de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y acorralando a los extremistas de Hamás. Pura miopía. La ofensiva ha abocado al presidente Mahmud Abbás y al liderazgo de su partido, Al Fatá, a un punto sin retorno.

Vilipendiados en la calle y alejados de sus bases, su desastrosa gestión de la guerra se ha traducido en un aumento de la popularidad de Hamás tanto en Cisjordania como en el orbe musulmán. Los ánimos en el seno de Al Fatá están por los suelos. Después de medio siglo llevando las riendas de la causa palestina, el partido de Arafat y Abbás continúa gobernando desde Ramala pero se enfrenta a un horizonte sombrío. "Hemos perdido una oportunidad histórica para rehabilitarnos", confiesa a este diario Husam Hader, una de sus leyendas, estatus que se ha ganado después de pasar 16 años en las cárceles israelís. "El futuro de la causa palestina está en manos de Hamás. Israel no ha podido destruirles y con su valentía los islamistas se han ganado el apoyo de todo el mundo en Cisjordania y las calles árabes", afirma resignado. Tras perder las elecciones en el 2006 por el hartazgo generalizado con su corrupción, Al Fatá ha perdido también esta guerra. Su policía se ha dedicado a reprimir las protestas contra la guerra, y sus dirigentes, a contemplarla como si no fuera con ellos. "Han estado siempre al lado de Israel. Ramala esperaba que Hamás fuera destruido para poder recuperar el poder en Gaza", opina desde Naplusa el analista Satar Kasem.