Cuatro años después de que el presidente de EEUU, George Bush, ordenase la invasión de Irak, sobre el terreno no se libra una, sino varias guerras. En una misma trinchera combaten tropas de EEUU y el Reino Unido y fuerzas de seguridad iraquís. Se enfrentan a tres enemigos que, a su vez, luchan entre sí: la resistencia suní, los terroristas de Al Qaeda y las milicias chiís.

El balance es escalofriante. Nadie sabe a ciencia cierta el número de muertos que ha causado el conflicto, pero se cuentan por decenas de miles, la gran mayoría civiles. Además, hay más de tres millones de desplazados o refugiados, el 11% de los 27 millones de habitantes.

No solo la estrategia militar ha sido un fiasco, la transición política también. Tras la entrada triunfal en Bagdad, la Casa Blanca se dijo presta a sustituir la tiranía de Sadam Husein por una democracia que trajera paz y libertad, y que sirviera de modelo a los regímenes de la región. Sin embargo, el país está dividido y hecho trizas.

Las elecciones auparon al poder a los chiís, que son el 60% de la población del país. Lo paradójico es que los actuales dirigentes iraquís se formaron y educaron políticamente en el exilio, bajo el paraguas protector de Irán, una de las bestias negras de los norteamericanos.

Gran valedor

Para contrarrestar esta influencia, Washington se ha convertido en el principal valedor de la minoría suní, la que gobernó y disfrutó de privilegios en la dictadura. De hecho, la Casa Blanca presionó para atenuar el ambicioso proyecto federalista que recoge la nueva Constitución, rechazada por los sunís.

El primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, hace juegos malabares para ajustarse a las exigencias de la Casa Blanca, evitar fisuras en el Ejecutivo y mantener la unidad. Uno de los principales enemigos de EEUU es el grupo del clérigo radical chií Moktada al Sadr, que ocupa seis ministerios. Su milicia, el Ejército del Mehdi, es acusada de asesinatos masivos de civiles sunís.

Y es que de todas las guerras que desangran Irak, la que más preocupa a EEUU es la que enfrenta a extremistas sunís y chiís. Para la Casa Blanca es prioritario atajar la violencia sectaria. Una de las misiones de los soldados que ha enviado es contener la violencia en Bagdad para crear un clima propicio al diálogo entre sunís y chiís. Como dijo hace días el nuevo jefe de las fuerzas de EEUU en Irak, David Petraeus, la paz no se logrará solo con las armas, y sugirió dialogar con los grupos armados susceptibles de negociar.

EEUU está dispuesto a hablar con Irán y Siria sobre el conflicto iraquí, como hizo la semana pasada en Bagdad. Los regímenes de Damasco y Teherán, a los que EEUU acusa de apoyar a los grupos armados, son claves para resolver parte del conflicto.

La guerra de Irak ha propiciado que los demócratas dominen ahora Congreso y Senado. Los republicanos no quieren que el declive de Bush los eche de la Casa Blanca en las elecciones.