Desde la edad media hasta el siglo XXI, la Iglesia católica ha dado respuestas dispares a los distintos conflictos bélicos que ha sufrido la humanidad. El rotundo no de Juan Pablo II a una nueva guerra en Irak, contrasta con el a las guerras de Bosnia y Kosovo, con la negativa a la guerra del Golfo, o con el silencio sobre los 200.000 católicos asesinados en Timor Oriental, silencio observado también en Chechenia, por citar los casos más recientes.

Pero hay que remontarse varios siglos en el tiempo para recordar las guerras económicas que en los siglos XI y XII condujo Occidente para abrirse paso hacia Oriente, bautizadas por los católicos como las cruzadas contra los árabes para liberar Jerusalén. O las guerras de religión en Europa central durante los siglos XV-XVI para "repartirse" los impuestos de los católicos y protestantes tras la secesión de Martin Lutero. O la bendición de Pío XII a la cruzada de Franco y el apoyo vaticano a Vichy.

LA CONTRADICCION

Los analistas ponen como ejemplo de ese vaivén de los papas la aparente contradicción de las dos posiciones que ha defendido en público Juan Pablo II: "La guerra es una aventura sin retorno" (guerra de Golfo, 1990) y la comunidad internacional "tiene el deber de ingerirse en otro país por razones humanitarias" (Kosovo, 1999).

Historiadores y teólogos católicos han considerado que estos cambios de actitud a lo largo de los siglos han sido "oportunistas" e "interesados". Otros, en cambio, han atribuido los cambios a la naturaleza ambigua del papel del Papa, que es jefe de Estado y líder de una religión al mismo tiempo.

También hay pensadores que imputan la ambigüedad al hecho de que la Iglesia católica es también un universo horizontal donde "hay de todo" y argumentan que la óptica con que se mira la miseria puede ser diferente desde los palacios vaticanos que desde una miserable favela brasileña.

LA "GUERRA JUSTA"

Durante siglos, la doctrina oficial de la Iglesia católica incluyó el concepto de "guerra justa" y no podía ser de otra manera, ya que los papas eran los primeros que dirigían las tropas.

Los cronistas y pensadores sitúan en el Concilio Vaticano II (1963-1965) el abandono de la idea de "guerra justa". "Es irrazonable pensar que la guerra sea un instrumento adecuado para reparar las violaciones de los derechos", dijo el entonces papa Juan XXIII. Pero el catecismo de la Iglesia católica ignoró la cuestión tal como se había planteado en el concilio y afirma que las autoridades tienen "el derecho de usar las armas para rechazar a los agresores de la comunidad civil a ellos confiada".

Juan Pablo II es quien más ha oscilado entre posiciones diferentes. En Chechenia calló, posiblemente para no empeorar más todavía las relaciones de los católicos con los ortodoxos rusos, mientras que en Bosnia defendió la "injerencia humanitaria" para salvar las relaciones con el islam moderado. "¡Que difícil es ser Papa!", dijo un día Karol Wotjyla.