Cuando en el 2003 anunció en un programa humorístico de televisión que se presentaba a gobernador de California, Arnold Schwarzenegger definió esa decisión como la más difícil de su vida, solo por detrás de otra que tomó en 1978: depilarse las ingles. Más de siete años después, tras un paso por la política más breve de lo que se anticipó en ese 2003, vuelve a enfrentarse a decisiones quizá no tan difíciles como otras.

A los 63 años, con la gobernaduría de California en su currículo, Schwarzenegger ha señalado ya algunos puntos en el mapa de su futuro. Empezará en el circuito de conferencias, un lucrativo negocio con el que puede recuperar parte de los 25 millones de dólares gastados de su bolsillo en distintas campañas.

Posiblemente escribirá la autobiografía que le llevan pidiendo hace años. Incluso ha dejado la puerta abierta al cine. "¿Tendré la paciencia para sentarme en un set y rodar una película durante tres o seis meses?", escribía en un twitter en octubre.

Lo que muchos estrategas le auguran es un futuro vinculado a temas de reforma política y medioambiental, plato fuerte de sus dos mandatos. La especulación apunta a un cargo en la Administración de Obama o a una fundación propia. De lo que nadie habla es de aquellas reformas constitucionales, en boca de tantos cuando llegó a Sacramento y que habrían sido imprescindibles para que alguien nacido en Austria ocupara la Casa Blanca.