Conducía por una vía rápida de tres carriles en Santo Domingo y, situado en el carril de la izquierda, Pierre se paró de golpe para observar dónde se encontraba porque andaba perdido. Las recriminaciones de los conductores fueron tan airadas como justificadas ante la posibilidad de sufrir un accidente. Pierre, un haitiano que ha salido solo dos veces de Haití en sus 29 años de vida, necesitó largas explicaciones hasta que entendió que los carriles de la izquierda son para la circulación rápida y que lo que acababa de hacer era una gran imprudencia.

La cuestión es tan sencilla como que en Haití no hay carreteras con varios carriles. Con suerte, una buena carretera haitiana está asfaltada y la circulación, un auténtico caos, es de un carril para cada sentido. Es solo un detalle, aunque revelador, de las diferencias que existen entre la República Dominicana y Haití, dos países que, pese a compartir la misma isla, están a años luz.

A punto de cumplir 30 años, Pierre Guinteur, nacido en Puerto Príncipe, como muchos haitianos ha vuelto a nacer. El día del terremoto estaba en un edificio y a duras penas pudo abandonarlo para salir corriendo antes de que se viniera abajo. En su carrera vio cómo los edificios iban desmoronándose a su paso. Corría en busca de su mujer, Marie, y de su hijo de cinco meses, Chris Olivier. Los encontró sanos y salvos. Tienen lo más importante, la vida. Pero nada más. Ni casa, ni trabajo y un futuro incierto.

Conducir para subsistir

Así que se echó a la calle con el coche de su mejor amigo en busca de cualquier cosa para subsistir. Poder disponer de un vehículo estos días en Puerto Príncipe es un lujo que puede arreglar los bolsillos de muchos haitianos. Conducir para miembros de las oenegés, periodistas o cualquier miembro del contingente de ayuda internacional se ha convertido en un lucrativo negocio. Las motos, que cargan hasta dos pasajeros sin inconvenientes y sin cascos, son tan eficaces como peligrosas para moverse en Puerto Príncipe.

Pierre cobrará 350 dólares (247 euros) por el tortuoso trayecto de ocho horas entre Puerto Príncipe y Santo Domingo y el regreso. Está exultante. "Pagar la vivienda durante un año en Haití puede costar 500 dólares (353 euros)", dice para dejar claro el valor de lo que va a cobrar.

La primera vez que Pierre salió de Haití fue el pasado noviembre. Viajó a Santo Domingo, la capital dominicana, dos días para visitar a unos amigos. La segunda vez ha sido ahora y, como en la primera, estará dos días. Nunca ha salido de la isla caribeña que acoge a los dos países. Abre los ojos como platos al entrar en el hall de uno de los hoteles de lujo frente al malecón de la capital dominicana.

"Me gustaría mucho vivir aquí", reconoce, aunque añade que no es sencillo y menos con un bebé. "Pero hablando inglés creo que podría encontrar trabajo", dice. Lo que más le gusta es la sensación de encontrar todo lo que necesita.

Pasea embelesado por una de las calles comerciales de Santo Domingo y, sentado en una terraza con un zumo, dice que Haití es un buen país. "El problema son sus políticos, que son corruptos", dice. Pese a lo que acaba de vivir y a lo que le espera, es sorprendente su tranquilidad. Una gran lección del pueblo haitiano.