La noche cae sobre Blanc-Mesnil. Llega la hora de los conjuros, porque esto es el 93. Es el número que identifica al departamento de Seine-Saint-Denis donde hace 15 días empezó la revuelta de los suburbios. El centro de esta ciudad pobre de casi 50.000 habitantes, alimentada con el éxodo rural, primero, y de la inmigración árabe y negra, después, está tranquilo.

Los alrededores del ayuntamiento, regentado por el comunista Daniel Feurtet, y Correos viven los coletazos del día, con los últimos clientes haciendo las compras. El centro tiene poco que ver con las llamadas cités , las colmenas donde explotan la frustración y la rabia contra los apellidos políticos y el Estado.

"Gentuza, gamberros, lo voy a limpiar todo". Con una especie de rap improvisado con las palabras del ministro de Interior, Nicolas Sarkozy, los encapuchados aceptan hablar con este periódico a cambio del anonimato. Son hijos de la cité de las Cuatro Torres, cuatro edificios de unos 500 domicilios.

Hay que ser del barrio para circular por estas calles, en las que a primeras horas de la noche los padres ordenan a sus hijos que suban a casa. El lugar del encuentro tiene las paredes desconchadas, llenas de pintadas, y las colillas de los cigarrillos hacen de alfombra. Los jóvenes no pierden de vista la puerta, porque la policía se encuentra al doblar la esquina. Esta noche incluso hay un retén militar, pese a que Blanc-Mesnil disfruta de una calma tensa que precede a la tempestad. "No vamos a parar hasta que caiga Sarkozy", manifiestan varios. "Sarkozy morirá", vaticina uno.

SMS misterioso

No sueltan prenda sobre futuras acciones o sobre el tipo de material que utilizarán. Sólo uno de ellos esconde bajo su chándal un gel en espray para rociar la cara. La excitación contenida cunde en el grupo cuando se aborda la existencia de un misterioso SMS, en el que se convoca a los jóvenes enmascarados a una acción colectiva en el centro de París.

La pandilla defiende la manera más segura de comunicarse, "el teléfono árabe", que no es más que la transmisión boca-oreja. Y, de esta forma, los de aquí saben qué hacen o harán los de otros barrios de la misma ciudad o de otras poblaciones de los suburbios parisinos. "No hay bandas", insisten, para contrarrestar el discurso oficial, y niegan ser unos mandados.

Chándales, atuendos raperos, jerséis y pantalones oscuros. Ninguno da la impresión de necesitar ayuda económica. Blancos --pocos--, negros, árabes. El grupo, que en algunos momentos del encuentro llega a tener unas 10 personas, entre los 18 y los 24 años, no tiene ni una estética ni una composición étnica homogénea. "No somos una banda", replica uno de los más habladores.

Este francés de nacimiento e hijo de la inmigración de las Comores también niega la versión de: "Todo lo que pasa es porque son musulmanes". La mayoría del grupo niega ser creyente a pies juntillas, así como cualquier tipo de ascendente de los islamistas sobre ellos.

Y llega el tercer desmentido. Esta vez en boca del más corpulento, compositor aficionado de rap y estudiante. "Ponen en cuestión la educación de los padres en los suburbios. No tienen derecho". Otro se adelanta a su explicación. "Nuestros padres no saben lo que hacemos. Están en contra de la violencia. Ellos llegaron de Africa y estaban muy contentos de vivir aquí. Nosotros somos diferentes. La violencia es nuestra forma de expresión. Todo lo hemos aprendido en la calle", concluye.

Problemas de vivienda

Todos admiten: "Hay problemas de dinero en todas las familias". Un joven de origen marroquí, de 23 años, da un ejemplo: "En este barrio, hay pisos de 40 metros cuadrados donde viven siete u ocho personas".

En las Cuatro Torres, de protección oficial, las familias son numerosas y de origen inmigrante: magrebís, africanos, latinoamericanos, europeos del Este. Según el censo de la alcaldía, de 1999, hay 38.583 franceses y 8.257 extranjeros. Estas cifras no sólo están desbordadas, sino que ya no se corresponden al perfil real de la comunidad.

"Somos franceses", reclaman estos jóvenes y, como tales, exigen las mismas oportunidades. "Nos cierran todas las puertas", comenta un chico de origen camerunés que busca trabajo desde hace tiempo. Lo atribuye al mero hecho de vivir en el 93 y, encima, en una cité . Todos asienten cuando uno de los más serios concluye: "En el 93 también hay gente inteligente que quiere progresar".

En francés correcto

En el meridiano de la conversación a varias bandas esta pandilla de jóvenes no ofrecen la imagen de marginales violentos, sin educación ni cultura. Deciden no utilizar el argot propio de su círculo, sino un francés muy correcto y con un estilo muy francés, en clave política.

¿De qué se quejan? Primero, del paro. En el 93, la tasa de desempleo es del 26,6%, más del doble de la media de Francia. En Blanc-Mesnil, la cifra oficiosa de parados es del 40%. También se revuelven contra el trato recibido en la educación y la formación. "Pedimos una beca y, o no nos la dan, o nos la dan a final de curso, cuando ya no la necesitamos; el Estado francés impide que los chicos estudien", dice uno de ellos. "Y queremos locales para poder pasar el rato y canchas para hacer deporte. La alcaldía no nos deja los espacios públicos porque teme que los destrocemos, y dice que tenemos que ser miembros de algún club", dice otro.

La noche avanza. No hacen nada que denote la preparación de algún altercado. Llega la despedida. Fuera, en la calle, hay un silencio sepulcral.