Quince años atrás, lo que hoy es una encantadora avenida arbolada que bordea uno de los márgenes del río Miljacka era la primera línea de defensa de las fuerzas bosnias, compuesta por 30 trincheras con dos hombres pobremente armados parapetados en cada una de ellas. Lo que hoy es un insustancial puente transitado por un constante trajín de vehículos fue hace 16 años el lugar donde cayó la primera víctima por los disparos de un francotirador: Suada Dilberovic, estudiante bosnia. Lo que hoy es un apetecible mercado de comestibles era en realidad, hace 14 años, un desabastecido punto de trueque ciudadano donde, en un día claro de invierno, un bombardeo acabó con la existencia de 67 asediados.

Pese a los años transcurridos y a que unos pocos edificios de Sarajevo, con sus impactos de bala a la vista de todos y sus fachadas a medio reparar, aún se empeñan en rememorar al visitante los estragos causados por el peor asedio padecido por una ciudad europea desde los tiempos de la segunda guerra mundial, los habitantes de la capital bosnia han optado por aparcar lo sucedido en la memoria. Pero la detención en Belgrado de Radovan Karadzic, el principal artífice del sitio militar, elevado a la categoría de crimen de guerra por la justicia internacional, les hace revivir una vez más los padecimientos de aquellos larguísimos años.

LA DUREZA DEL RECUERDO "Es demasiado duro para recordar". Quien así recibe a los periodistas recién llegados es Emina Fazlija, con 61 años, dos hermanos y una cuñada muertos durante la guerra. Emina estaba en 1994 en la misma mesa que hoy ocupa cuando oyó un silbido procedente del cielo. "Me puse las manos en los oídos y me lancé al suelo; luego solo pude ver humo y la gente llorando", recuerda. Emina fue una de las supervivientes de uno de los bombardeos que más indignaron a la comunidad internacional. Un total de 67 muertas personas y decenas de heridos al caer un proyectil disparado presumiblemente desde posiciones serbias contra el mercado Markale, en 1994. La muerte le silbó muy cerca. En 1994, Emina no podía vender nada en Markale. En aquel entonces, una manzana "era como un sueño".

¿Qué piensa Emina de la detención de Karadzic? Le importa bastante poco. "La verdad es que Karadzic tendrá mucha mejor vida en una celda de La Haya que como curandero en Serbia", sostiene. Y su hijo, a su lado, apostilla: "Lo malo de La Haya es que quienes han cometido los crímenes sean condenados a 20, 30 o 40 años de prisión; para esta gente debería dictarse la pena de muerte". De los serbios, no parece inquietarse demasiado. "No todos son así", dice.

OCULTO EN CASA Safet Sisic pasó toda la guerra parapetado en su casa, con las ventanas que daban al río tapiadas; evitando la entrada principal y entrando por la puerta trasera; repartiendo las noches entre las habitaciones traseras y el sótano. Parece un milagro que pudiera pasar toda la guerra malviviendo en un anodino bloque de pisos con la fachada aún horadada a escasos metros de las líneas enemigas, en medio de constantes bombardeos. "El frente estaba a unos pocos metros, al otro lado del puente", afirma. "Los disparos de los francotiradores y los bombardeos eran diarios; era una forma de demostrar que los serbios existían", relata. No pensó en abandonar su casa. "Aquí o en otro sitio, era lo mismo: ¿A dónde iba a ir?", apunta.

Amer K. pasó los dos primeros meses de la guerra en las posiciones bosnias de la avenida Vilsonovo Setalitsa, frente al barrio de Grbavica, en manos de las fuerzas serbias. "Al principio", armado únicamente "con un fusil de caza". Después, con mejor equipamiento gracias a dos lanzagranadas. Amer también opta por la discreción; solo accede a fotografiarse de perfil y de su apellido prefiere decir únicamente su inicial.

De las largas jornadas de asedio militar, recuerda con especial aprensión una de ellas. El 2 de mayo de 1992. "Era un día agradable; la gente iba al trabajo y los tranvías funcionaban aún", cuenta. Ni siquiera se había formado el frente. Pero en aquella jornada se produjo la primera incursión con blindados. El combate se prolongó durante todo el día, entre cadáveres de civiles a los que había sorprendido la incursión armada. "Diez de los nuestros murieron, pero les paramos, sino lo hubiéramos hecho, puede que yo no estaría aquí hoy", cuenta.

Sus enemigos eran incluso sus compañeros de clase. Como el serbio Vukadin, con quien compartió escuela antes de combatirle. "Vukadin estaba al otro lado; siento que muriera, pero si no lo matábamos, nos mataba él a nosotros", puntualiza.