Una gran nación, si quiere liderar, debe ganarse el respeto de las demás. América ha sido respetada en el pasado como nación poderosa, que sabía lo que quería, generosa y cálida. En mis viajes por el mundo como senadora y como primera dama he conocido a gente de todo tipo. He visto cómo muchas de nuestras políticas anteriores nos han granjeado respeto y gratitud.

La tragedia de los últimos seis años es que la Administración de Bush ha dilapidado el respeto y la confianza de los aliados y amigos. En los albores del siglo XXI, Estados Unidos gozaba de una posición única. Nuestro liderazgo mundial era aceptado y respetado: reforzábamos viejas alianzas y construíamos nuevas, trabajábamos en favor de la paz por todo el orbe, hacíamos avanzar la no proliferación y modernizábamos el Ejército.

Tras el 11-S, el mundo hizo una piña alrededor de EEUU, como nunca había ocurrido antes, y apoyó nuestra lucha para eliminar a los talibanes de Afganistán y capturar a la plana mayor de Al Qaeda. Disponíamos de una oportunidad histórica para construir una amplia coalición global que combatiera el terrorismo, aumentara el impacto de nuestra diplomacia y creara un mundo con más socios y menos adversarios.

Pero perdimos esta oportunidad al negarnos a aceptar que los inspectores de la ONU acabaran su trabajo en Irak y, en cambio, nos lanzamos a la guerra. Además, desviamos recursos militares y sociales vitales en la lucha contra Al Qaeda y la ímproba tarea de construir una democracia musulmana en Afganistán. A la vez, nos embarcamos en una carrera de unilateralismo sin precedentes: nos negamos a ratificar el tratado para prohibir pruebas atómicas, abandonando nuestro compromiso con la no proliferación nuclear y dando la espalda a la búsqueda de la paz en Oriente Próximo. Nuestra salida del Protocolo de Kioto y la negativa a participar en cualquier intento internacional para gestionar los retos planteados por el cambio climático han dañado aún más nuestra posición internacional.

Desconfianza política

Nuestro país ha pagado un precio muy alto al rechazar una añeja tradición de liderazgo global que encuentra sus raíces en una preferencia por la cooperación, más que por la acción unilateral; por agotar las vías diplomáticas antes de ir a la guerra; y por convertir a los viejos adversarios en aliados, antes que hacer nuevos enemigos. En un momento de la historia en el que los problemas más acuciantes del mundo exigen una cooperación sin precedentes, esta Administración se ha empeñado en seguir unilateralmente unas políticas que generan una gran desaprobación y desconfianza.

Para poder recuperar el lugar que nos pertenece en el mundo, EEUU debe ser más fuerte y nuestras políticas deben ser más inteligentes. El próximo presidente dispondrá de una oportunidad para restaurar la posición global norteamericana y convencer al mundo de que América puede ser líder una vez más. Como presidenta, no dejaré escapar esta oportunidad para reintroducirnos en el mundo. Reconstruiré nuestro poder y haré todo lo posible para que EEUU se comprometa a construir el mundo que queremos, más que dedicarse a defenderse de un mundo al que tememos.

Debemos afrontar una lista de retos sin precedentes en el siglo XXI, amenazas de estados, de actores no estatales y de la propia naturaleza.

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