De nada le ha servido al Líbano conservar en su paisaje urbano las cicatrices de sus tres lustros de salvaje guerra civil. La advertencia está viva, pero la mentalidad feudal de esta sociedad, el ego de sus políticos y la injerencia permanente de las potencias extranjeras han vuelto a abocar al país al precipicio.

Tras tres días de feroces combates en la capital entre partidarios de la oposición y del Gobierno, el más fuerte ha impuesto sus reglas. La guerrilla chií Hizbulá, respaldada política y económicamente por Irán, se hizo ayer con el control de los barrios musulmanes de Beirut y varios medios de comunicación progubernamentales. Su apabullante demostración de fuerza pone contra las cuerdas a la coalición prooccidental del primer ministro, Fuad Siniora.

Como anunció el jueves el secretario general de Hizbulá, Hasán Nasralá, la crisis del Líbano ha entrado en una nueva fase: El tiempo de las armas. Y eso es lo que presenciaron ayer los libaneses, aterrorizados en sus casas, mientras hombres con lanzagranadas y rifles automáticos campaban en las calles y edificios en llamas resurgían en el horizonte. Como se esperaba, la batalla ha probado ser desigual. Las milicias chiís de Hizbulá y Amal, aliadas al frente de la oposición con el partido cristiano de Michel Aoun y una facción minoritaria de la comunidad drusa, fueron tomando uno tras otro los barrios musulmanes de la capital y desarmando a sus rivales progubernamentales.

UN "GOLPE DE ESTADO" Al menos 18 personas murieron en los combates de los tres últimos días, y otras 40 han resultado heridas. Entre las víctimas hay al menos una mujer y su hijo, ya adulto. En un comunicado, el Gobierno, que aglutina a sunís, drusos y algunas facciones cristianas, tildó lo sucedido de "golpe de Estado contra la legitimidad y la coexistencia". En términos muy duros, pidió al Ejército que "cumpla con su deber de proteger a los ciudadanos y sus propiedades". Pero de momento, los militares esquivan el bulto por temor a que su intervención pueda interpretarse como favorable a uno de los bandos. Lo que sí hizo ayer el Ejército es tomar el control de algunos de los barrios conquistados.

Pese a la "calma y contención" demandada ayer por la ONU, las llamadas al diálogo y las muestras de apoyo al Gobierno de Siniora de Francia y EEUU, principales aliados del Ejecutivo, Hizbulá no parece que vaya a recular. La guerrilla chií acusa al Ejecutivo de declarale la guerra al ilegalizar esta semana su red telefónica privada y despedir a uno de sus aliados, el jefe de seguridad del aeropuerto de Beirut. Mientras se mantenga la postura del Gobierno, dijo ayer Hizbulá, las barricadas seguirán.

Y ahora son los chiís quienes tienen la sartén por el mango. No solo han cerrado las carreteras del aeropuerto, paralizado en las últimas 48 horas. Ayer pusieron en jaque los símbolos del poder de la familia Hariri, cuyo partido, el Futuro, comanda el Gobierno. Sus milicianos quemaron las oficinas del periódico El Futuro y obligaron a su canal a dejar de emitir durante parte del día. Además han obligado a líderes gubernamentales a atrincherarse en sus casas.

MIEDO EN LA CIUDAD Mientras, el miedo se ha apoderado de la capital. Cientos de personas, la mayoría trabajadores extranjeros y sirios, intentaron ayer salir del país por Siria.

El temor a otra guerra civil ha llegado a las cancillerías europeas. Italia anunció ayer que prepara un puente aéreo para evacuar a sus ciudadanos, mientras países como Gran Bretaña emitieron comunicados recomendando a sus compatriotas que se abstengan de viajar al Líbano. En el caso de España, que mantiene a un millar de soldados de la ONU en el sur del país, de momento no se han anunciado planes de evacuación.