La muerte suele tener un efecto beatífico sobre las pasiones. Con Néstor Kirchner no podía suceder otra cosa. En vísperas de que su corazón terminara por fallarle, los enemigos lo nombraban con desprecio y le deseaban lo peor. La noticia del deceso puso en escena otra realidad política y sentimental.

Lupin, como le llamaban por su semejanza con un personaje de los tebeos, nació en la remota ciudad de Río Gallegos, el 25 de febrero de 1950. Estudio Derecho en la Universidad de La Plata, en la provincia de Buenos Aires, donde conoció a Cristina Fernández. Allí comenzó su actividad política. El torrente de la época lo arrastró hacia la Juventud Universitaria Peronista (JUP), uno de los afluentes de lo que sería luego la organización guerrillera Montoneros.

Etapa de prosperidad

Los Kirchner regresaron a la Patagonia meses antes del golpe militar de marzo de 1976. El matrimonio abrió allí un estudio de abogados y, en plena represión, inició una etapa de prosperidad económica, ligada al negocio inmobiliario. "El principio organizador de Kirchner es el dinero", escribió Walter Curia, el más desapasionado y certero de sus biógrafos en El último peronista.

Con la democracia, en 1983, recuperó la política. Kirchner fue alcalde de Río Gallegos y luego gobernador de la provincia de Santa Cruz por tres periodos. Durante la era neoliberal tuvo una relación dual con el presidente Carlos Menem y su ministro de Economía, Domingo Cavallo. Se alió con Eduardo Duhalde, el presidente provisional que emergió tras la crisis de diciembre del 2001. Y con su padrinazgo llegó al Gobierno con apenas el 22% de los votos y la necesidad de reconstruir la institucionalidad y el principio de autoridad.

Recibió una Argentina frágil y escéptica. Asumió el poder en mayo del 2003 con un paro del 21%. Al dejar la presidencia era del 7,5%. La pobreza pasó del 50,9% al 29,2%. La economía creció un 39%. Kirchner será recordado por haber negociado exitosamente una quita de 76.000 millones de dólares de la deuda externa. Pero, sobre todo, por dos hechos que hasta suelen aceptar sus adversarios: la renovación e independencia del Tribunal Supremo, que había sido un emblema de la corrupción, y sus esfuerzos por reabrir los juicios contra los militares que habían violado los derechos humanos.

Fue un hombre obsesionado por el poder, capaz de montar en cólera con amigos y enemigos. Valiente pero no temerario. Gobernó casi en soledad, invocando el legado de los 70 hasta convertirlo en un lugar común y pueril. Miró más a Latinoamérica que a EEUU. Se vistió de manera informal y con prendas que sonrojarían a otro estadista. Disciplinó a los peronistas con "la caja", una forma amable de referirse al dinero público. Se peleó con la oposición, los productores agropecuarios y los medios de comunicación. En el caso del Grupo Clarín, emprendió una cruenta guerra personal.