"Hizbulá no es una milicia, es un movimiento de resistencia nacional. No aceptaremos que nadie nos quite unas armas que son para defendernos". Judur Nur Edim, miembro del consejo político de Hizbulá, transmite el mensaje de la milicia shií, en Beirut, en un inglés más que correcto.

En una libreta, dibuja unos garabatos en los que muestra cómo EEUU e Israel tratan de controlar Oriente Próximo. Y promete que el Partido de Dios luchará contra esta política. Nada nuevo en el discurso de Hizbulá, la milicia apoyada por Irán y Siria, un actor clave del complicado tablero libanés, incluso tras la retirada siria.

Después de que Saad Hariri, el hijo del asesinado exprimer ministro libanés Rafic Hariri, arrasara el pasado domingo en la primera ronda de las legislativas libanesas en Beirut, hoy es el día de Hizbulá.

Sin sorpresas

Hoy vota el sur del Líbano, y allí, el Partido de Dios y sus aliados shiís del movimiento Amal --liderado por el prosirio portavoz del Parlamento libanés, Nabil Berri-- ganarán probablemente los 23 escaños en juego, igual que la lista de Hariri se hizo con los 19 parlamentarios de Beirut. No hay espacio para la sorpresa en una ley electoral que prevé que el día 12 los cristianos lograrán su parte del pastel, y que el 19 de junio lo harán los drusos.

"El voto en el sur será un voto contra la resolución 1559", ha dicho estos días Berri. "Cortaremos las manos de quienes quieren desarmarnos", declaró el líder de Hizbulá, el jeque Hasán Nasralá, siempre más claro y contundente. La resolución impulsada por EEUU y Francia no sólo ordenaba la retirada siria, que se llevó a cabo el pasado mes, sino el desarme de todas las milicias armadas. Un eufemismo para referirse a Hizbulá.

"EEUU y Francia han ocupado el lugar de los servicios secretos sirios", denuncia Nur Edim. "No entregaremos las armas porque no confiamos en EEUU, Francia y la ONU, porque no han hecho nada contra los actos criminales israelís. Sólo nuestras armas impiden a Israel atacar el Líbano", añade.

Israel e Hizbulá, mal que les pese a unos y a otros, son dos nombres intrínsecamente relacionados entre sí. El Partido de Dios fue fundado por los Guardianes de la Revolución iranís en 1982, con el visto bueno sirio, bajo la ideología del ayatolá Jomeini. A base de atentados suicidas, secuestros de occidentales, golpes como el ataque contra la Embajada de EEUU en Beirut en 1983, y una eficaz campaña de hostigamiento contra los ocupantes israelís, Hizbulá primero se hizo con un hueco en el Líbano de la guerra civil y después se ganó el reconocimiento de todos los libaneses como los máximos responsables de la salida de los soldados hebreos en el 2000.

En el mundo de dicotomías simples nacido tras el 11-S, para EEUU e Israel no hay dudas: Hizbulá es un grupo terrorista. Pero en las calles de Beirut o en el sur del país, el tema no es, ni muchísimo menos, tan claro.

Respeto

El Partido de Dios y, sobre todo, su líder Nasralá, goza del respeto generalizado en el Líbano, y no sólo de la comunidad shií. Si a ello se le une su gran red de asistencia social y sus 10.000 milicianos armados que patrullan la frontera con Israel, el resultado es lo que líderes antisirios se han cansado de declarar: "Hizbulá es un asunto interno libanés en el que no toleraremos injerencias internacionales".

Tampoco es tan sencilla otra dicotomía: que la salida siria traerá la democracia y arrinconará a las formaciones prosirias, como Hizbulá y Amal. "Nasralá promueve el diálogo entre los libaneses porque hemos aprendido la lección de nuestro doloroso pasado. En el Líbano nadie puede anular a otro", dice Nur Edim.