La primera huelga general afrontada por un Gobierno socialista en los 33 años de democracia en Portugal no logró ayer paralizar el país. Sindicatos y Gobierno, como es habitual, discreparon ampliamente sobre el grado de seguimiento. Para los primeros tuvo "un fuerte impacto", de un 80%; para el segundo, no llegó al 13%, el más bajo de la historia.

La protesta, convocada por la Confederación General de Trabajadores Portugueses (CGTP), iba dirigida a las reformas económicas y sociales del Ejecutivo para reducir los gastos del Estado y controlar el déficit presupuestario. Según los sindicatos, estas medidas han generado "un desempleo galopante, precariedad laboral, bajos salarios, desigualdades e injusticias sociales".

Lo cierto es que la huelga quedó lejos de sus objetivos, aunque se hizo sentir en algunos sectores, como la educación, la sanidad, la administración pública y los transportes, con más o menos intensidad según el color político de cada región. Ello no impidió que el secretario general del sindicato comunista, Carvalho da Silva, celebrara la "fuerte adhesión".

Por su parte, el Gobierno de José Sócrates considera que salió victorioso. "Una huelga general tiene la ambición de paralizar el funcionamiento de las ciudades y de las estructuras productivas, y eso no fue lo que ocurrió hoy en nuestro país", dijo su portavoz, Fernando Medina.

Los transportes fueron la clave de que la quinta huelga general de la democracia portuguesa no triunfara. Los trenes circularon con normalidad, como los autobuses de Lisboa, Oporto y Gaia, las tres principales ciudades. En el abastecimiento de mercancías tampoco hubo problemas.

A primera hora de la mañana, Lisboa sí notó la huelga. El metro la secundó, al igual que Transtejo, responsable de la conexión entre las dos orillas del Tajo. Esto motivó un caos circulatorio, pero la normalidad se fue imponiendo a medida que avanzó la mañana.