De un lado, el Estado y el capital. Frente a ellos, los pueblos indígenas, apoyados por los ambientalistas. Unos enarbolan la bandera del desarrollo y niegan el desmadre. Los otros invocan la defensa del ecosistema. Podría pensarse en una reciente película que, de tan futurista, nos habla del presente. Pero no. La historia tiene lugar en la Amazonia brasileña.

Indígenas de 24 etnias han decidido resistir ante la construcción de una gigantesca presa junto al río Xingú, en el estado de Pará. Se trata del proyecto más ambicioso del Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva después del tren de alta velocidad que unirá Río de Janeiro con Sao Paulo. La presa de Belo Monte costará 8.200 millones de euros y generará 11.000 MW de potencia. Cuando eso ocurra, en el 2015, se convertirá en la tercera hidroeléctrica del mundo, detrás de la china de las Tres Gargantas y la binacional de Itaipú, en la frontera de Brasil y Paraguay.

El Gobierno asegura que Belo Monte generará 26.000 empleos y beneficios para 26 millones de brasileños, y que es una iniciativa completamente sostenible. Sus detractores denuncian los costes del progreso: la inundación de 500 kilómetros cuadrados de selva, el deterioro de la biodiversidad y el peligro que eso conlleva para 12.000 familias de indígenas y otros miles de campesinos. El cacique Luiz Xipaya anunció que invadirán esos terrenos para frenar la construcción de una presa cuyo proceso de licitación, ganado por un consorcio entre el Estado y empresas privadas, ya suscita una polémica paralela en Brasil. "Construiremos allí una aldea permanente y nos quedaremos mientras el proyecto siga en pie", advirtió.

Greenpeace derramó días atrás varias toneladas de estiércol en las inmediaciones de las oficinas de la Agencia Reguladora de la Electricidad, en Brasilia. "Ese es el legado que el Gobierno de Lula está dejando", dijo.

DEL LADO DE LOS MAS DEBILES El conflicto ya entrecruza la realidad urgente y la ficción. El director de Avatar, James Cameron, se ha puesto del lado de los que considera más débiles. "Todos los que aman la naturaleza y quieran sumarse a nuestra causa serán bien recibidos", dijo, complacido, el cacique Xipaya.

Cameron, que para Avatar 2 piensa utilizar imágenes de la Amazonia brasileña, unió su voz a la de los indios durante su visita a Manaos y Sao Paulo. Lo hizo acompañado por los actores Sigourney Weaver y Joel David Moore. "Siento que tengo un deber y una responsabilidad para dar mi apoyo a los pueblos originarios, cuya situación difícil simboliza mi obra", dijo.

El director se entrevistó con líderes comunitarios y con el obispo de Altamira, Erwin Kreutler. Y luego resolvió escribirle una carta a Lula en la que compara la construcción de la planta en la Amazonia con las amenazas que enfrentan los Na´vi de Pandora en su propio relato. "Como sabrá usted, Avatar es una obra sobre la destrucción del mundo natural por la expansión de los intereses industriales, y su consiguiente impacto sobre las poblaciones autóctonas", le recordó al presidente.

Cameron no hizo más que seguir la estela de la indignación mediática que había iniciado el cantante inglés Sting, quien viene apoyando al cacique Raoni Metyktire desde finales de los años 80. "Los que critican el proyecto es porque no lo conocen", respondió Lula el jueves.