Realmente no hay nada menos delicado que un soplete para encender las velas colocadas a los pies de una virgen. Pero en una demostración de que la divinidad no tiene por qué estar reñida con el pragmatismo, personal del santuario mariano de Lourdes apareció ayer poco antes del mediodía, hora del Angelus, con la herramienta en ristre y, en un órdago a la lluvia que caía sin clemencia, prendió en un santiamén medio centenar de cirios repartidos en un candelabro de varios pisos. La visita lo merecía.

Los aplausos de los peregrinos y el despliegue del severísimo cordón policial no dejaban lugar a la duda de la inminente llegada. Ingrid Betancourt, acompañada por sus hijos, su madre, su hermana y sus sobrinos, entraba a la gruta del santuario de Lourdes donde se encuentra, cobijada por una roca, la virgen de la Inmaculada Concepción.

La rehén de las FARC mundialmente conocida, liberada hace diez días tras más de seis años de cautiverio, pidió a su madre en una de las primeras pruebas de supervivencia enviadas desde la selva que rezara con ella el rosario cada sábado a las doce del mediodía. La cita, que, aunque separadas, ambas han cumplido religiosamente, tuvo ayer un carácter excepcional. Juntas y en el santuario de Lourdes, para cumplir la promesa de gratitud que hizo la madre de la excandidata presidencial cuando llegara el momento de la liberación.

Sonrisa inamovible

Con la sonrisa inamovible que luce desde su liberación, agarrada al brazo de su madre y aferrada al rosario que se fabricó en la selva a base de botones y cáñamo, Ingrid miró a la virgen, cerró los ojos y oró en silencio. Por muy poco tiempo. Y es que el escenario no invitaba demasiado al recogimiento. Justo a su lado, su equipo de seguridad se despachaba a gusto con peregrinos y prensa gráfica, sin suavizar un ápice la intensidad de sus empujones y golpes aunque fuera solo porque la virgen los mirara de cerca.

"Gracias madre por la libertad", dijo Ingrid cuando, tras rezar 20 avemarías en una combinación ecuánime de francés y castellano, tomó el micrófono para ser oída. "Los rehenes te necesitan, necesitan de tu fuerza", añadió la recién liberada en un sentido recuerdo a los que todavía quedan en manos de los guerrilleros. Luego pidió a la virgen un milagro para ellos: "Haz un milagro rápido para su libertad". "Te quiero, te quiero, te quiero", terminó para continuar con otro gesto de complicidad con sus hijos, que no se despegan de ella. Basta verlos juntos unos instantes para percatarse de la intensidad del momento que están viviendo. Sus miradas cómplices, sus gestos y las caricias. A esas alturas, alguien más previsor que devoto ya estaba apagando a todo correr las velas encendidas rápidamente con el soplete para evitar el riesgo, más que probable, de que alguien entre el tumulto prendiera su chubasquero de plástico. Antes de marcharse del santuario, Ingrid Betancourt encendió su propio cirio y tocó el agua bendita que fluye de la gruta, con la que mojó su rostro y el de sus hijos.

"Más espiritual"

"Nosotros siempre hemos sido creyentes pero ella está más espiritual que nunca", confirmaba ayer la madre de Ingrid, Yolanda Pulecio.

Y es que, sin duda, algo ha ocurrido entre aquella Ingrid de familia acomodada, hija de un ministro y de una miss, en cuya casa eran frecuentes tertulianos como Pablo Neruda y Gabriel García Márquez, que mamó de fuentes educativas laicas, y la Ingrid piadosa que no se separa nunca de su rosario.