Bruselas tenía ayer la mirada puesta no solo en Alemania, sino también en Italia, a la espera de ver qué resultados finales arrojan las elecciones legislativas y qué equilibrios pueden tejerse cara a la gobernabilidad del país. En la Unión Europea (UE) y en numerosas cancillerías preocupan no solo la situación económica de Italia -se trata de la cuarta economía de la zona euro y la séptima mundial, y del país que tiene la deuda más alta (131%) de la UE después de Grecia-, sino también el creciente arraigo de los partidos antieuropeístas y de los populistas, que han intentado influir en el voto esparciendo el miedo a la «invasión migratoria» y mediante la violencia de los ultras.

La unidad de antieuropeístas y populistas puede ser una bomba de relojería. Un cóctel explosivo que eche al traste los proyectos de la cancillera alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Emmanuel Macron, de asociar Italia al proyecto de relanzamiento de una Europa a dos velocidades para proceder más rápidamente a una mayor integración.

La UE no olvida que en el 2011, cuando la crisis italiana ya era insoportable, tuvo que intervenir directamente sobre el presidente de la República, entonces Giorgio Napolitano, solicitando (o imponiendo, según las versiones) que el primer ministro, Silvio Berlusconi, se retirase. «Fue un golpe», diría el interesado años después, sin enmendarse sobre la incapacidad de su Gobierno de afrontar la crisis, con una deuda que se acercaba peligrosamente a la de la ya hundida Grecia y una docena de bancos que estaban a punto de quebrar a causa de los títulos basura en su haber.

«Demasiado grande para dejarla caer», se repitió en aquellos días en Bruselas sobre el estado de la economía italiana. Corría entonces el año 2013 y desde entonces en Italia no se habían vuelto a celebrar unas elecciones generales, siendo gobernada por ejecutivos técnicos. «La primera semana de marzo será importante para Europa», dijo días atrás Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, citando el referéndum en Alemania y las elecciones italianas. «Tenemos que prepararnos para el peor escenario, que podría ser un Gobierno no operativo en Italia», añadió. Sus palabras provocaron el desplome durante unas horas de las bolsas de valores y la inmediata reacción del primer ministro, Paolo Gentiloni. «Aparte del hecho de que todos los gobiernos son operativos, todos los gobiernos gobiernan, tranquilizaré a Juncker», dijo, subrayando que no tenía «miedo al abismo».

Emma Bonino, quien con +Europa se presentaba a los comicios con los progresistas, quitó hierro a las palabras de Juncker, explicando que el presidente europeo pensaba en la ley electoral italiana, «que es pésima y está pensada para que no haya una mayoría». Matteo Salvini, líder de la Liga, se lo tomó con sarcasmo: «Cada vez que habla Juncker, desgraciadamente o por suerte, sucede lo contrario de cuanto dice».

A las siete de la tarde había votado el 58,4% de los italianos en una jornada sin grandes incidentes. Eso sí, una activista del colectivo Femen con el torso descubierto increpó a Berlusconi mientras este depositaba el voto.