Cables eléctricos cuelgan impúdicamente en la entrada principal a la vista de todos, las paredes muestran enormes desconchados y los otrora vistosos jarrones se hallan cubiertos por una gruesa capa de polvo. El desayuno es frugal, y ni siquiera mantiene los estándares de la posguerra en el 2003 y 2004, cuando era posible acompañar el café de la mañana con tostadas, mermelada, olivas y queso feta. El célebre hotel Palestina, supuestamente uno de los mejores de Bagdad, lugar donde se alojaron los periodistas que cubrieron la segunda guerra del Golfo y donde murió el cámara español José Couso, constituye hoy toda una metáfora de la sordidez que se ha ido adueñando de Irak en los siete años transcurridos desde la irrupción de las tropas anglonorteamericanas.

El país árabe llega a las elecciones legislativas de hoy en una atmósfera de relativa tranquilidad, con la sensación de haber dejado atrás la peor parte del conflicto entre chiís y sunís, pero también agotado y arruinado, tras un lustro y medio en el que ha visto cómo los escasos estándares de vida que había preservado tras la aplicación de las sanciones internacionales contra el régimen de Sadam Husein en los 90 desaparecían sin remedio.

SIN AGUA Y CON CORTES DE LUZ Barrios enteros de Bagdad permanecen sin servicios básicos, como la recogida de basuras o el suministro de agua. Los cortes eléctricos son constantes y merman la calidad de vida en un país donde en verano se soportan temperaturas de 40 y 50 grados. "Ya no me acuerdo ni siquiera de lo que es el aire acondicionado", se queja Abú Qusai.

En un país con las terceras reservas de petróleo mundiales (115.000 millones de barriles) y una producción diaria de 2,4 millones de barriles, una cuarta parte de sus 30 millones de habitantes vive bajo el umbral de la pobreza. Aproximadamente la mitad de la población activa está en paro y las únicas opciones que tienen los iraquís de ganarse un salario, que de media no llega a los 300 euros, es trabajar para el Estado, integrarse en la policía o abrir un comercio.

En el 2007, el incremento de tropas decretado por las autoridades de EEUU ante la escalada de violencia, unido a la decisión de integrarse en el proceso político de algunos actores que habían optado por la lucha armada, logró lo que parecía imposible hasta entonces: reducir la conflictividad.

La provincia de Al Anbar, al oeste de Bagdad, reducto de la insurgencia suní, donde milicianos yihadistas venidos de otros países árabes vinculados a Al Qaeda con intereses ajenos a los rebeldes iraquís llegaban a la zona para combatir a EEUU, está, hoy por hoy, pacificada y exenta de combatientes extranjeros. Pese a que lo peor del conflicto sectario ha pasado, la tensión y la desconfianza continúan presidiendo las relaciones entre chiís y sunís. Al Qaeda, que dice defender los intereses de los sunís, ha amenazado los comicios.

La degradación de las condiciones de vida ha venido de la mano de enormes cotas de corrupción, que han hecho de Irak el quinto estado más corrupto del mundo, superado solo por Somalia y Afganistán, según Transparencia Internacional.

La debilidad de las instituciones, con funcionarios mal pagados, hace posible casos como la compra de un juez para que emita un veredicto favorable. "Pagué 20.000 dólares a mi abogado; no sé cuánto le pagó él al juez", reconoce Karim al Timimi, un antiguo preso que finalmente fue absuelto.